La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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Macquart, pese a la inutilidad <strong>de</strong> sus esfuerzos, no se <strong>de</strong>salentó. Se dijo<br />
que se bastaría solo para estrangular a <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>, si alguna vez podía<br />
tener<strong>los</strong> arrinconados. Sus rabias <strong>de</strong> holgazán envidioso y hambriento se<br />
acrecentaron más, a raíz <strong>de</strong> sucesivos acci<strong>de</strong>ntes que lo obligaron a<br />
ponerse <strong>de</strong> nuevo al trabajo. Hacia <strong>los</strong> primeros días <strong>de</strong>l año 1850, Fine<br />
murió casi <strong>de</strong> repente <strong>de</strong> una neumonía, cogida al ir a lavar una tar<strong>de</strong> la<br />
ropa <strong>de</strong> la familia al Viorne, y al traerla mojada sobre la espalda; había<br />
regresado empapada <strong>de</strong> agua y <strong>de</strong> sudor, aplastada bajo aquel fardo <strong>de</strong><br />
enorme peso, y no se había vuelto a levantar. Esta muerte consternó a<br />
Macquart. Su renta más segura se le escapaba. Cuando vendió, al cabo<br />
<strong>de</strong> unos días, el cal<strong>de</strong>ro don<strong>de</strong> su mujer cocía sus castañas y el caballete<br />
que le servía para arreglar sus sillas viejas, acusó groseramente a Dios <strong>de</strong><br />
haberle quitado a la difunta, aquella fuerte comadre que lo había<br />
avergonzado y cuyo mérito notaba en esa hora. Tuvo que aguantarse con<br />
las ganancias <strong>de</strong> sus hijos con redoblada avi<strong>de</strong>z. Pero, un mes <strong>de</strong>spués,<br />
Gervaise, harta <strong>de</strong> sus continuas exigencias, se marchó con sus dos hijos<br />
y <strong>La</strong>ntier, cuya madre había muerto. Los amantes se refugiaron en París.<br />
Antoine, aterrado, se encolerizó innoblemente con su hija, <strong>de</strong>seándole que<br />
reventara en un hospital, como las <strong>de</strong> su especie. Este <strong>de</strong>sbordamiento <strong>de</strong><br />
insultos no mejoró su situación que, <strong>de</strong>cididamente, se ponía fea. Jean<br />
siguió pronto el ejemplo <strong>de</strong> su hermana. Esperó a un día <strong>de</strong> paga y se las<br />
arregló para cobrar él mismo su dinero. Dijo al marcharse a uno <strong>de</strong> sus<br />
amigos, que se lo repitió a Antoine, que no quería alimentar más al<br />
holgazán <strong>de</strong> su padre, y que, si a éste se le ocurría hacer que <strong>los</strong><br />
gendarmes se lo <strong>de</strong>volvieran, estaba <strong>de</strong>cidido a no volver a tocar una<br />
sierra ni un cepillo. Al día siguiente, cuando Antoine lo hubo buscado<br />
inútilmente y se encontró solo, sin un céntimo, en la vivienda don<strong>de</strong>,<br />
durante veinte años, se había hecho mantener cómodamente, le entró una<br />
rabia atroz, daba patadas a <strong>los</strong> muebles, vociferaba las más monstruosas<br />
imprecaciones. Después se hundió, empezó a arrastrar <strong>los</strong> pies, a gemir<br />
como un convaleciente. El miedo a tener que ganarse el pan lo ponía<br />
enfermo <strong>de</strong> veras. Cuando Silvère fue a verlo, se quejó con lágrimas <strong>de</strong> la<br />
ingratitud <strong>de</strong> sus hijos. ¿No había sido siempre un buen padre? Jean y<br />
Gervaise eran unos monstruos que lo recompensaban muy mal por cuanto<br />
había hecho por el<strong>los</strong>. Ahora lo abandonaban porque estaba viejo y ya no<br />
podían sacarle nada.<br />
—Pero, tío —dijo Silvère—, usted está aún en edad <strong>de</strong> trabajar.<br />
Macquart, tosiendo, encorvándose, movió lúgubremente la cabeza, como<br />
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