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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA

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ignorante. Y esta rebelión <strong>de</strong> su sangre y <strong>de</strong> sus nervios la confesaba<br />

ingenuamente con sus manos ardientes y extraviadas, con sus balbuceos,<br />

con sus súplicas.<br />

Después, calmándose, posó la cabeza en el hombro <strong>de</strong>l joven, guardó<br />

silencio. Silvère se agachaba y la besaba largamente. Ella saboreaba esos<br />

besos con lentitud, buscaba su sentido, su gusto secreto. Los interrogaba,<br />

<strong>los</strong> oía correr por sus venas, les preguntaba si el<strong>los</strong> eran todo el amor,<br />

toda la pasión. <strong>La</strong> invadió la langui<strong>de</strong>z, se durmió dulcemente, sin <strong>de</strong>jar <strong>de</strong><br />

saborear en su sueño las caricias <strong>de</strong> Silvère. Éste la había envuelto en la<br />

gran pelliza roja, en uno <strong>de</strong> cuyos pliegues se había arrebujado también él.<br />

Ya no sentían el frío. Cuando Silvère, por la respiración regular <strong>de</strong> Miette,<br />

comprendió que dormitaba, se sintió feliz <strong>de</strong> aquel reposo que iba a<br />

permitirles continuar airosamente su camino. Se prometió <strong>de</strong>jarla dormir<br />

una hora. El cielo seguía estando negro; apenas, por levante, una línea<br />

blanquecina indicaba la proximidad <strong>de</strong>l día. Debía <strong>de</strong> haber, <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> <strong>los</strong><br />

amantes, un bosque <strong>de</strong> pinos, cuyo <strong>de</strong>spertar musical, con <strong>los</strong> hálitos <strong>de</strong>l<br />

alba, oía el joven. Y <strong>los</strong> lamentos <strong>de</strong> las campanas se volvían más<br />

vibrantes en el aire estremecido, acunando el sueño <strong>de</strong> Miette, como<br />

habían acompañado sus fiebres <strong>de</strong> enamorada.<br />

Los jóvenes, hasta esa noche <strong>de</strong> confusión, habían vivido uno <strong>de</strong> esos<br />

ingenuos idilios que nacen en medio <strong>de</strong> la clase obrera, entre esos<br />

<strong>de</strong>sheredados, esos simples, en quienes se encuentran aún a veces <strong>los</strong><br />

amores primitivos <strong>de</strong> <strong>los</strong> antiguos cuentos griegos.<br />

Miette contaba apenas nueve años cuando su padre fue enviado a<br />

presidio, por haber matado a un gendarme <strong>de</strong> un disparo. El proceso <strong>de</strong><br />

Chantegreil había sido célebre en la región. El cazador furtivo confesó<br />

altivamente el homicidio; pero juró que el gendarme lo estaba apuntando<br />

también con su fusil: «No hice sino a<strong>de</strong>lantarme —dijo—; me <strong>de</strong>fendí; es<br />

un duelo y no un asesinato». No hubo forma <strong>de</strong> sacarlo <strong>de</strong> este<br />

razonamiento. Nunca el presi<strong>de</strong>nte <strong>de</strong>l tribunal consiguió hacerle enten<strong>de</strong>r<br />

que, aunque un gendarme tiene <strong>de</strong>recho a disparar contra un furtivo, un<br />

furtivo no lo tiene a disparar contra un gendarme. Chantegreil escapó a la<br />

guillotina, gracias a su actitud convencida y a sus buenos antece<strong>de</strong>ntes. El<br />

hombre lloró como un niño cuando le quitaron a su hija, antes <strong>de</strong> su<br />

marcha a Tolón. <strong>La</strong> pequeña, que había perdido a su madre en la cuna, se<br />

quedaba con su abuelo en Chavanoz, una al<strong>de</strong>a <strong>de</strong> las gargantas <strong>de</strong> la<br />

Seille. Cuando el cazador furtivo ya no estuvo allí, el viejo y la chiquilla<br />

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