La fortuna de los Rougon - Emile Zola
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA
Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
ÉMILE ZOLA
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acentuaron, se parecieron a las pisadas <strong>de</strong> un ejército en marcha.<br />
Después se distinguió, en aquel estruendo continuo y creciente, un<br />
guirigay <strong>de</strong> multitud, extraños sop<strong>los</strong> <strong>de</strong> huracán acompasados y rítmicos;<br />
se dirían <strong>los</strong> truenos <strong>de</strong> una tormenta que avanzase rápidamente,<br />
turbando ya con su cercanía el aire dormido. Silvère escuchaba, sin po<strong>de</strong>r<br />
captar aquellas voces <strong>de</strong> tempestad que <strong>los</strong> collados impedían que<br />
llegaran claramente hasta él. Y, <strong>de</strong> repente, una masa negra apareció en<br />
el recodo <strong>de</strong> la carretera; <strong>La</strong> marsellesa, cantada con furia vengadora,<br />
estalló, formidable.<br />
—¡Son el<strong>los</strong>! —exclamó Silvère con un arrebato <strong>de</strong> gozo y <strong>de</strong> entusiasmo.<br />
Echó a correr, subiendo la cuesta, arrastrando a Miette. Había, a la<br />
izquierda <strong>de</strong> la carretera, un talud plantado <strong>de</strong> encinas, al cual trepó con la<br />
joven, para no verse arrastrados ambos por la oleada rugiente <strong>de</strong> la<br />
multitud.<br />
Cuando estuvieron en el talud, en la sombra <strong>de</strong>l matorral, la niña, un poco<br />
pálida, miró tristemente a aquel<strong>los</strong> hombres cuyos cantos lejanos habían<br />
bastado para arrancar a Silvère <strong>de</strong> sus brazos. Le pareció que la tropa<br />
entera acababa <strong>de</strong> interponerse entre ella y él. ¡Eran tan felices, unos<br />
minutos antes, estaban tan estrechamente unidos, tan so<strong>los</strong>, tan perdidos<br />
en el gran silencio y las discretas clarida<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la luna! Y ahora Silvère,<br />
con la cabeza vuelta, sin parecer consciente siquiera <strong>de</strong> que ella estaba<br />
allí, sólo tenía miradas para aquel<strong>los</strong> <strong>de</strong>sconocidos a quienes llamaba con<br />
el nombre <strong>de</strong> hermanos.<br />
<strong>La</strong> tropa bajaba con impulso soberbio, irresistible. Nada más terriblemente<br />
grandioso que la irrupción <strong>de</strong> aquel<strong>los</strong> pocos millares <strong>de</strong> hombres en la<br />
paz muerta y helada <strong>de</strong>l horizonte. Por la carretera, convertida en torrente,<br />
avanzaban olas vivientes que parecían inagotables; siempre, en el recodo<br />
<strong>de</strong>l camino, aparecían nuevas muchedumbres negras, cuyos cantos<br />
henchían cada vez más la gran voz <strong>de</strong> aquella tormenta humana. Cuando<br />
aparecieron <strong>los</strong> últimos batallones, se produjo un estruendo ensor<strong>de</strong>cedor.<br />
<strong>La</strong> marsellesa llenó el cielo, como soplada por bocas gigantes en<br />
monstruosas trompetas que la lanzaban, vibrante con sequedad <strong>de</strong><br />
cobres, hacia todos <strong>los</strong> rincones <strong>de</strong>l valle. Y la campiña dormida <strong>de</strong>spertó<br />
sobresaltada; se estremeció por entero, al igual que un tambor golpeado<br />
por <strong>los</strong> palil<strong>los</strong>; resonó hasta las entrañas, repitiendo con todos sus ecos<br />
las notas ardientes <strong>de</strong>l canto nacional. Y entonces no fue ya solamente la<br />
tropa la que cantaba; <strong>de</strong> <strong>los</strong> extremos <strong>de</strong>l horizonte, <strong>de</strong> las rocas lejanas,<br />
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