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La fortuna de los Rougon - Emile Zola

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes. ÉMILE ZOLA

Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio. Y el primer episodio, La fortuna de los Rougon, debe llamarse con su título científico: Los orígenes.
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interesada. Des<strong>de</strong> febrero, <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> <strong>de</strong> <strong>La</strong> Gaceta contenían menos<br />

faltas; el marqués <strong>los</strong> revisaba.<br />

Pue<strong>de</strong> imaginarse, ahora, el singular espectáculo que ofrecía cada noche<br />

el salón amarillo <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>Rougon</strong>. Todas las opiniones se co<strong>de</strong>aban y<br />

ladraban a la vez contra la República. Se entendían en el odio. El<br />

marqués, por otra parte, que no faltaba nunca a una reunión, apaciguaba<br />

con su presencia las pequeñas disputas que surgían entre el comandante<br />

y <strong>los</strong> otros adherentes. Aquel<strong>los</strong> plebeyos estaban secretamente<br />

halagados por <strong>los</strong> apretones <strong>de</strong> mano que tenía a bien distribuirles a la<br />

llegada y a la salida. Sólo Roudier, como librepensador <strong>de</strong> la calle Saint-<br />

Honoré [3] , <strong>de</strong>cía que el marqués no tenía un céntimo y que él se reía <strong>de</strong>l<br />

marqués. Este último conservaba una amable sonrisa <strong>de</strong> gentilhombre; se<br />

encanallaba con aquel<strong>los</strong> burgueses sin una sola <strong>de</strong> las muecas <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sprecio que cualquier otro habitante <strong>de</strong>l barrio <strong>de</strong> San Marcos se<br />

hubiera creído en el <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> hacer. Su vida <strong>de</strong> parásito lo había<br />

suavizado. Era el alma <strong>de</strong>l grupo. Mandaba en nombre <strong>de</strong> personajes<br />

<strong>de</strong>sconocidos, cuyos nombres jamás facilitaba. «El<strong>los</strong> quieren esto, el<strong>los</strong><br />

no quieren aquello», <strong>de</strong>cía. Aquel<strong>los</strong> dioses ocultos, que velaban por <strong>los</strong><br />

<strong>de</strong>stinos <strong>de</strong> Plassans <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> su nube, sin parecer mezclarse<br />

directamente en <strong>los</strong> asuntos públicos, <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> ser ciertos sacerdotes, <strong>los</strong><br />

gran<strong>de</strong>s políticos <strong>de</strong> la región. Cuando el marqués pronunciaba aquel<br />

misterioso «el<strong>los</strong>», que inspiraba a la reunión un maravil<strong>los</strong>o respeto,<br />

Vuillet confesaba con su actitud beatífica que <strong>los</strong> conocía perfectamente.<br />

<strong>La</strong> persona más dichosa con todo esto era Félicité. Empezaba por fin a<br />

tener gente en su salón. Se sentía un poco avergonzada, sí, <strong>de</strong> sus viejos<br />

muebles <strong>de</strong> terciopelo amarillo; pero se consolaba pensando en el rico<br />

mobiliario que compraría cuando la buena causa hubiera triunfado. Los<br />

<strong>Rougon</strong> habían acabado por tomarse su monarquismo en serio. Félicité<br />

había llegado a <strong>de</strong>cir, cuando Roudier no estaba allí, que, si no habían<br />

hecho <strong>fortuna</strong> en su comercio <strong>de</strong> aceite, era por culpa <strong>de</strong> la monarquía <strong>de</strong><br />

julio. Era una forma <strong>de</strong> dar un color político a su pobreza. Se mostraba<br />

cariñosa con todo el mundo, incluso con Granoux, inventando cada noche<br />

una nueva forma <strong>de</strong> <strong>de</strong>spertarlo a la hora <strong>de</strong> marcharse.<br />

El salón, ese núcleo <strong>de</strong> conservadores pertenecientes a todos <strong>los</strong> partidos,<br />

y que se engrosaba diariamente, tuvo pronto una gran influencia. Por la<br />

diversidad <strong>de</strong> sus miembros, y sobre todo gracias al impulso secreto que<br />

cada uno <strong>de</strong> el<strong>los</strong> recibía <strong>de</strong>l clero, se convirtió en el centro reaccionario<br />

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