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Mis ojos perciben su inmensidad, las olas, el délo, y escucho
el ruido del oleaje. Tal es el contenido de mi representación
(phantasia), y por tanto de lo que se me aparece. A
causa de esta representación emito un discurso interior,
un juido: «Hay viento», «El oleaje es fuerte», «Ya no se ve
tierra firme». Hasta aquí se trata de meras constatadones.
Pero se suceden otras representaciones procedentes de lo
más hondo de mi mismo y no de la realidad que contemplo
(D., II, 16,22): «Inclinándome sobre el abismo [...], dejando
ya de ver tierra firme, siento un extravío y me represento
[es dedr, me imagino] que habré de tragarme toda
esa agua en caso de que naufrague... Entonces, ¿qué me
preocupa? ¿El mar? No, mi juido (dogma)». Para Epicteto
las representadones (phantasiai) no son todas producto de
los objetos sensibles, sino que son muchas las imágenes
que pueden llegar a nuestro espíritu. En el ejemplo del viaje
marítimo la imagen del naufragio se asoda con la del mar.
Mi representación del mar se ha transformado, por lo tanto.
Enundo entonces para mí mismo: «El mar es terrible».
El juicio existendal (veo el mar) se transforma en juido
de valor (veo un mar temible en el que me hundiré). ¿Seré
entonces presa del pánico? Sí, si mi razón, si mi elección
de vida concede su asentimiento a este discurso interior,
a este juicio de valor que formulo con respecto al mar. Si
niego mi asentimiento me mantendré en calma, no me dejaré
llevar por la emoción temerosa, por más que me sienta
conmodonado por el choque de una representadón terrorífica
y del todo subjetiva. Si nos atenemos a la percepdón
de la realidad tal como ésta se nos presenta, y si además
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