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nemos tendencia a juzgar como excesivamente rápido,
lo cual implicaría falta de limpieza o bien un consumo
previo y excesivo de vino. Nosotros no podemos pasar de
la representación comprensiva (kataleptiké), es decir, de una
representación adecuada que no añade nada a la impresión
de los sentidos: «Aquél se baña rápidamente», a un
juicio de valor, es decir, «aquél se baña mal», lo que a su
vez añade algo ajeno a nuestra percepción, y ello sin fundamento
alguno, puesto que no conocemos el juicio interior
de quien se baña con rapidez. También aquí, como
en el capítulo anterior, subyace una perspectiva lógica.
Como se comprueba al comparar el siguiente fragmento
extraído de las Disertaciones (D., 111, 8, 16): «Al igual que
nos ejercitamos para enfrentarnos a las preguntas de los
sofistas, habremos de ejercitarnos diariamente para enfrentamos
a las representaciones, pues éstas también nos
plantean interrogantes [...]. Sólo podemos conceder nuestro
asentimiento a una representación comprensiva (kataleptiké)
[es decir, correspondiente a la realidad sin ningún
añadido]: "Su hijo ha muerto. ¿Qué le ha pasado?”. "Su
hijo ha muerto”. "¿Nada más que añadir?”. “Nada más"».
El capítulo 45 termina, por tanto, estableciendo el principio
fundamental de la disciplina del juicio: no conceder
nuestro asentimiento a los juicios de valor infundados que
se añaden a esas constataciones de la realidad que son las
representaciones comprensivas. No hay que asociar las representaciones
no ajustadas, objetivas y compresivas, con
las representaciones ajustadas y objetivas.
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