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razonable de quienes gozan con moderación de los bienes
concedidos por los dioses con el de Tántalo, quien
por culpa de su disposición insaciable acaba finalmente
inmerso en el dolor. La actitud decorosa a la que se refiere
Epicteto es propia de hombres comprometidos con la
sociedad, que tienen familia y desempeñan cargos políticos,
pero que son también conscientes de que todo eso,
familia y cargos, no depende de ellos, mostrándose capaces
de templar sus deseos desde esta perspectiva. Y son
felices de que las cosas sucedan, para placer de los dioses,
como éstos desean. Sin embargo, no son completamente
libres, puesto que se demuestran en cierta manera dependientes
de sus deseos, que esperan que les sean concedidos
por los dioses. Estos hombres no son auténticos
filósofos, por más que anden por la senda del aprendizaje
filosófico.
A estos aprendices de filósofo se opone la figura del
filósofo de carácter excepcional. En efecto, es verdaderamente
libre quien en el banquete hace uso de su libertad
para no servirse los platos ofrecidos, es decir, para rehuir
esos pretendidos bienes que los dioses tienen la condescendencia
de procurar a veces a los hombres. Si un hom
bre así adopta tal actitud no se limitará a participar en el
festín de los dioses, sino que participará de su poder y de
su gobierno del mundo, como aquel Cínico, modelo de
filósofo, de quien se afirma en las Disertaciones (D., III, 22,
95) que está «asociado al poder de Zeus», es decir, de la
Razón. Pues, en efecto, hombres como Diógenes el Cínico
o H erádito no desean esos bienes concretos que les
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