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puede perjudicar al hombre de bien, como señala igualmente
Sócrates, citado por Arriano al final del M anual de
Epicteto: «Ánito y Meleto pueden condenarme a muerte,
pero no perjudicarme».
Tal principio puede entenderse en dos sentidos. Por
una parte, al contrario que el epicureismo, el estoicismo
rechaza la fundamentación de las acciones humanas en
el placer o el interés. Lo cual esboza una idea que más
tarde aparecerá en la obra de Kant: el valor absoluto de
la intención pura. La intención de hacer el bien, la acción
de querer el bien, dispone de un valor en sí misma, y no
a causa del placer que pueda proporcionamos o del interés
que ofrezca para nosotros. Debe tenerse en cuenta
un hecho, y es que en la Antigüedad se apreciaba el valor
del desinterés, y en el caso de Aristóteles, por ejemplo, el
valor del conocimiento desinteresado, es decir, del conocimiento
que no tiene otro fin que el propio conocimiento,
o el valor de la acción desinteresada en el caso de los
estoicos: una acción que no tiene otro fin, precisamente,
que ella misma. Tal desinterés implica el abandono de
nuestro punto de vista egoísta y parcial para elevarnos
hasta el punto de vista superior y trascendente de la universalidad
de la Razón y de la Naturaleza. Kant afirmará
más tarde: «Obra sólo de forma que puedas desear que
la máxima de tu acción se convierta en ley universal»29.
Por otra parte, al renunciar al placer y al interés uno encuentra,
por añadidura, la felicidad. Los demás hombres
” En E. Kant, Fundamentos de la metafísica de las costumbres, Madrid, Alianza, 1942.
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