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y financieros, podrá afectarle a menos que consienta imaginar
que todo eso se trata de males.
Discernir entre lo que depende de nosotros y lo que no
depende de nosotros, entre la causalidad interior y la causalidad
exterior, supone finalmente discernir entre el yo y
el no yo. Es un ejercicio de concentración y de delimitación
del yo65: yo no soy las cosas que me rodean aunque a veces
me resulten deseables, como esa vasija, ese caballo o esa
lámpara; no soy, por así decirlo, los atributos gramaticales
que el Destino me impone, rico o pobre, sano o enfermo,
amo o esclavo, poderoso o mísero; no soy mis miembros,
no soy mi cuerpo ni las emociones involuntarias que pueden
alterarlo66. Por eso no debo temer al tirano que puede
torturar mi cuerpo pero que no puede alcanzarme, puesto
que nada puede constreñir mi libertad, salvo ella misma.
No soy, en realidad, sino una elección de vida, una libertad
de elección entre el bien y el mal moral (II, 22,20): «Yo soy
yo, estoy ahí donde está mi elección de vida».
Admitir que lo que depende de nosotros se diferencia
totalmente de lo que no depende de nosotros, eso que soy
yo frente a lo que me es ajeno, supone arraigarse de partida
en el bien moral y en la felicidad. Pensar, por el contrario,
que lo que no depende de nosotros depende de nosotros,
supone hundirse en el mal moral y en la desdicha.
Podría decirse que sólo el hombre de bien tiene conciencia
de su yo y de su libertad, y que los hombres se instalan en
" Véase P. Hadot. La Citadellc intirieune, op. dt., pp. 130-142.
• D., III, 24, 56; IV. 1.129-130.
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