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sas que dependen y las que no dependen de nosotros. El
filósofo no tiene nada que temer de poderosos y tiranos,
puesto que no pueden causarle ningún mal, ya que lo que
uno considera un mal no depende de ellos, al tener sólo
competencia sobre las cosas del mundo.
El aprendiz deberá aplicar el método de previsión de
males (3) descrito anteriormente, sin hacerse demasiadas
ilusiones sobre la calidad del recibimiento que puedan
brindarle los poderosos. Sin embargo, tal vez en alguna
ocasión tenga el deber de tratar con individuos poderosos
con el fin de hacerle un favor a alguien (cf. D., III, 24,44 y
ss.). Y deberá sin duda prepararse para afrontar cualquier
revés. En ese caso no habrá de decirse: «No vale la pena»,
pues como se explica en las Disertaciones (D., III, 24, 50):
«Un filósofo no actúa nunca pensando en las apariencias,
sino en lo correcto». Así, uno no se equivocará jamás sobre
la finalidad de su acción, que era realizar un bien, pese
a que no se alcance el objetivo, como era su intención. Un
filósofo actúa siempre teniendo en cuenta la cláusula de
reserva (2, 2), sabiendo que no depende de él conseguir
cosas al margen de nuestra elección moral.
33,14-15-16. Al conversar, nada de jactancias,
brom as vulgares ni obscenidades
Volvemos al tema de la conversación, con el que se inició
la lista de preceptos. En esta ocasión se trata de no m o
lestar a los interlocutores jactándose de proezas que no
interesan a nadie, y de no caer en el resbaladizo terreno
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