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El presente capítulo guarda mucha similitud con otro
de las Disertaciones (II, 7), titulado «¿Cómo servirse de la
adivinación?». El aprendiz de filósofo que consulta a un
adivino debe encontrarse en el estado espiritual propio
de quien ora a los dioses. Debe recordar que tan sólo
existen el bien y el mal en aquello que depende de nosotros.
Ahora bien, uno consulta al adivino precisamente
en relación con lo que no depende de nosotros. Así que
ha de tener en cuenta previamente que aquello que se
le predice no puede en absoluto constituir un bien o un
mal, al no ser sino algo indiferente. Según los principios
planteados al comienzo del M anual (cap. 2,1-2), debe por
lo tanto realizarse la consulta sin sentir deseo o aversión
por las cosas que le serán predichas (D., II, 7, 10). Únicamente
conviene recordar que puede extraerse provecho
de cualquier acontecimiento (cap. 18), pues, aunque
los sucesos sean indiferentes, suponen una ocasión para
ejercer nuestra actitud moral, constituyendo la materia
misma de la moralidad. Es necesario, pues, mantenerse
serenos y confiados, pero prestos a tom ar en consideración
el consejo ofrecido por el adivino, es decir, por los
dioses.
3 2 ,3 . ¿Sobre qué asuntos cabe consultar al adivino?
Al igual que en el capítulo 31a propósito del culto, los ecos
del Sócrates de los Memorables de Jenofonte (I, 1, 6-9) reaparecen
aquí: él recomendaba a sus amigos preguntarles
a los dioses si convenía o no emprender algún asunto de
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