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tivos que nos hacemos de esos objetos y la representación
objetiva que debemos hacernos de los mismos. Marco
Aurelio (III, 11) afirma que este tipo de definición debe
aplicarse a cuanto se ofrezca frente a nosotros: observar
con precisión y desde la perspectiva de la Naturaleza todo
cuanto nos acaece en la vida. Tal definición, dice Marco
Aurelio, pone las cosas al descubierto, despojándolas de
esa apariencia de la que se enorgullecen. Los manjares
más preciados no son más que cadáveres; las togas púrpuras,
simple pelo de oveja tintado; el sexo, mero frotamiento
de vientres. El M anual cita el ejemplo de la vasija: si
alguien tiene especial cariño por una vasija, debe decirse:
una vasija es sólo una vasija, un utensilio que puede romperse.
Si se rompe, habrá que decirse: es natural que una
vasija se rompa, así que debo mantener mi paz espiritual.
Lo mismo es aplicable a un hijo o a la esposa. Al abrazarlos
hay que pensar: «Estoy abrazando a un ser mortal.
Aunque muera, habré de permanecer impasible». El tema
aparece igualmente en las Disertaciones, por ejemplo en
ese pasaje que pudo inspirar nuestro capítulo 3, donde se
ponen en relación los ejemplos de la vasija y del hijo, y
que recomienda decirle interiormente al niño mientras
se le abraza (D., 111, 24, 84-88): «Mañana morirás». Ésta
es una práctica que debe situarse en la linea de una larga
tradición. Se decía que el filósofo Anaxágoras, al comunicársele
la muerte de su hijo, respondió: «Ya sabía que
había engendrado a un ser mortal»*7.
” Cicerón. Tuscutanas. III, 14. JO; L a Stoirimi. 1.1, pp. 305-306.
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