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se leen, es con el fin de obedecer la voluntad de la Naturaleza.
La suya es la voluntad de la Razón universal, es
decir, el discurrir del universo al cual debe someterse el
filósofo. Y es susceptible de conocerse gracias a las obras
de Crisipo, pero también mediante el lenguaje característico
de las conversaciones corrientes. Cuando a alguien
le ocurre un suceso luctuoso le decimos que es natural,
que así son las cosas humanas, y no nos falta razón. Pero
cuando este suceso nos ocurre a nosotros no nos decimos
lo mismo. En tal caso deberíamos recordar lo que dijimos
anteriormente.
Este argumento presupone la doctrina estoica de los
preconceptos (prolepsis'39). Éstos son, según la excelente
expresión de E. Bréhier140, aquellos «juicios, proposiciones
y razonamientos espontáneos (por ejemplo: los dioses
existen, el bien es útil141) aportados por cualquier individuo
sin necesidad de conocer los rudimentos del arte dialéctico».
Los estoicos concedían una importancia capital a estos
juicios espontáneos, admitidos por todos los hombres,
y que suponían en cierto modo la expresión inmediata de
la Naturaleza, considerándolos criterios de veracidad. Esta
suerte de preconceptos, que dan lugar a un consenso general,
pueden reconocerse en las expresiones del lenguaje
Véanse las magnificas páginas de V Goldschmmidt. Le Systéme stoicien, op. cit.,
p. 159 y ss.
B. Bréhier, Chrysíppe. París. Presses Univeisitaires de France, 1951. p. 104.
D., I. 22, 1. que constituye la interpretación de Bréhier. Los ejemplos aportados por
Epicteto son, en efecto, que el bien es útil y deseable; lo justo, bello y conveniente; y que
se debe aspirar a la piedad. Son juicios a los cuales da su asentimiento.
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