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Y SIN EMBARGO SE MUEVE

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¿Por qué negociar? | 123<br />

manera, se convirtió en una violencia conservadora, que produjo un orden de<br />

poder en sí misma y se naturalizó en la vida.<br />

Ese desplazamiento por el que la violencia de la lucha armada pasó de ser<br />

ruptura a normalizarse implicó una serie de cosas. Primera, la marginación<br />

paulatina de la capacidad política de la lucha armada: asumió lugares, discursos<br />

y estructuras donde la lucha cotidiana y sentida de buena parte de la población<br />

se clandestinizó, volviendo lo armado un modo de regulación y no un transformador<br />

de realidades.<br />

Segunda, estableció una distribución del poder que fue distanciando<br />

crecientemente a las organizaciones no armadas de la constitución de proyectos<br />

radicales. El establecimiento de vanguardias bajo la idea de ser correas de<br />

transmisión creó una suerte de intermediarios, lo que “desplazó” el sentido de<br />

la radicalidad que tenían los conflictos territoriales hacia las militancias o hacia<br />

la pertenencia a estructuras —correspondidas o no— por parte de la población.<br />

Tercera implicación de la normalización de la violencia de la lucha armada:<br />

la configuración de un proyecto genocida desde el Estado, orientado a la obliteración<br />

de la diferencia, en función de la homogenización del país. La capacidad<br />

del orden de poder históricamente constituido para hacer de la guerra una forma<br />

hegemónica de organización de la vida condujo a un marco cíclico de “violencia<br />

para enfrentar la violencia”. Además, al legitimar la política contrainsurgente,<br />

amplió su aplicación indiscriminadamente a la población colombiana. Asesinó<br />

el pensamiento crítico con relativa capacidad de legitimación, pero también a<br />

quien habitó el territorio en disputa.<br />

El ejercicio de la violencia significó un doble movimiento entre las organizaciones<br />

políticas y sociales: aquí lo llamaremos de neutralización y captura.<br />

La neutralización tiene que ver con la reconfiguración global de lo político,<br />

desplazado de manera creciente hacia el ámbito jurídico, en particular, al de los<br />

derechos humanos y el humanitarismo. Eso ha subordinado otras formas de<br />

acción política. En Colombia, este movimiento tiene un carácter pragmático y<br />

también político: simplemente, buscar mecanismos para detener el océano de<br />

sangre cruzando el océano de argumentos legales en dirección a otras latitudes.<br />

Eso requirió el uso creciente de un arsenal jurídico-afectivo de carácter transnacional,<br />

es decir, el marco de los derechos humanos y la sensibilidad humanitaria.<br />

Ese deslizamiento político hacia el ámbito legal significó una transformación<br />

de los lenguajes, discursos y prácticas generales de las organizaciones sociales y<br />

políticas, puestas cada vez más en función de la consolidación de lo que Samuel<br />

Moyn (2012) llama “la última utopía”, la consolidación de los derechos humanos<br />

como proyecto y fin último de la actividad política.<br />

El segundo movimiento, la captura, tiene que ver con la forma de asumirse<br />

la radicalidad de la política en el contexto de guerra. Nuestra idea de

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