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Pesimismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad | 135<br />
la eventual participación política de las FARC-EP, la justicia transicional y las<br />
garantías de no repetición, que suponen reformas institucionales que el Estado<br />
colombiano parece no querer aceptar.<br />
Vale decir, es claro que el asunto de la victimización implica una disputa.<br />
Mientras el movimiento de víctimas y de derechos humanos ha reclamado históricamente<br />
el reconocimiento de los crímenes de Estado, el gobierno ejercita<br />
el negacionismo aceptando sólo la comisión de delitos cometidos por algunos<br />
“agentes estatales” de manera aislada y pretende imponer la tesis de que toda<br />
violencia es ilegítima y repudiable, excepto la violencia de Estado.<br />
¿Por qué el proceso de paz? Los motivos.<br />
Hoy se reconoce ampliamente que la verdadera motivación del proceso de paz<br />
para el gobierno nacional está en la defensa de los intereses económicos que<br />
representa. La búsqueda por la legalización de la propiedad rural, por ejemplo,<br />
proviene de la necesidad de desatar la inversión nacional y extranjera en<br />
agrocombustibles, bonos de carbono, y lo que quede para la producción de<br />
alimentos en función de las demandas comerciales por encima de la satisfacción<br />
de la soberanía alimentaria de las comunidades, o aún, de un programa<br />
de desarrollo que les pretenda beneficiar. Con las fluctuaciones de los precios<br />
del petróleo, el sabotaje permanente de la insurgencia se convierte en un problema<br />
mayúsculo. Un gran proyecto de recuperación de la navegabilidad del<br />
Río Grande de la Magdalena, conectado con el Ferrocarril del Pacífico y con el<br />
Puerto de Buenaventura, está esperando el momento de la firma de la paz para<br />
declarar el posconflicto como un premio de lotería.<br />
Con todo lo desastroso que resulta lo anterior, hay que tener en cuenta<br />
otros elementos.<br />
En primer término, es preciso medir el estado del llamado “pacto de las<br />
élites” frente a la paz. El presidente Santos vio la necesidad de emprender los<br />
diálogos con las FARC-EP pues hay cuestiones que urge conceder a los adversarios<br />
insurgentes, como reformas fundamentales para la sociedad colombiana.<br />
Sin esas concesiones, resulta imposible proyectar sus expectativas. Dicho de otra<br />
manera, más que una prueba de fortaleza, la decisión de las élites colombianas<br />
de recurrir a la figura de Álvaro Uribe renunciando a construir consensos,<br />
imponiendo una forma de comprender el conflicto y recurriendo al narcoparamilitarismo,<br />
es la reacción ante una crisis aguantada que, paradójicamente,<br />
no termina por develarse por cuenta de la tragedia que la tapa.<br />
Entonces sí, el posacuerdo es el verdadero escenario en disputa, pero lo<br />
que ocurre en este momento es que ni el gobierno, ni las FARC, ni el ELN,