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Dos claves indígenas | 255<br />
blica; y finalmente la comunidad determina acoger a sus ex combatientes como<br />
miembros plenos de derecho.<br />
Y hubo un tercer proceso, que fue determinante: el gobierno reconoció<br />
que las comunidades indígenas eran en realidad el sujeto político del conflicto,<br />
aunque en los acuerdos apenas les dio el carácter de comunidades de influencia<br />
del MAQL que debían ser beneficiarias de los acuerdos. Sin ese reconocimiento<br />
—no criminalizante— era imposible la negociación y el acuerdo.<br />
Ahora bien, en la actualidad el ELN reconoce la existencia de esa comunidad<br />
política de la cual es o pretende ser instrumento; así se constata en<br />
su renuncia explícita a ser una organización de vanguardia, en su apuesta de<br />
varios lustros porque haya una Convención Nacional que determine las condiciones<br />
para la terminación del conflicto armado y la superación del conflicto<br />
socio-político, y también en su reconocida sensibilidad frente a las agendas<br />
y propuestas políticas de las comunidades donde tiene alguna presencia o<br />
incidencia. Aún más: el ELN ha convocado de forma reiterada a la sociedad<br />
(a veces al movimiento popular en general y en ocasiones a las organizaciones<br />
sociales populares en particular) para que intervenga como actor central de la<br />
negociación; y es claro que si se da la negociación será inevitable que tal sujeto<br />
político se manifieste en la práctica 4 .<br />
Siguiendo con la analogía del MAQL, desde el lado popular también es<br />
menester la configuración del sujeto de la negociación para la terminación del<br />
conflicto armado. Se trata de un ejercicio difícil porque, ante los señalamientos<br />
de los medios de comunicación y el Estado, la izquierda legal -sobre todo<br />
la izquierda social- evita reconocer que los programas políticos del ELN y las<br />
FARC son programas del campo popular, que como organizaciones políticas<br />
hacen parte de la izquierda colombiana y que su decisión de acudir a las armas<br />
de ninguna manera ha sido arbitraria. Obviamente se pueden discutir sus<br />
programas políticos, sus métodos o sus efectos en la política nacional; pero no<br />
debería haber ninguna duda en el campo popular en reconocer explícitamente<br />
que temas como la reforma agraria, la defensa de la soberanía, la lucha contra<br />
las transnacionales, la exigencia de garantías democráticas, son propuestas de<br />
la insurgencia que también son nuestras. El colmo de la cacería de brujas orquestada<br />
por el Estado, es que logró que algunos en la izquierda entiendan este<br />
reconocimiento como una especie de auto-inculpación.<br />
4 No renunciamos a incorporar en el análisis el hecho de que el ELN —a pesar de su apuesta por el poder popular—<br />
sigue siendo un movimiento político en armas, que tiene lógicas y decisiones autónomas frente a las comunidades<br />
de influencia. Pero consideramos que el escenario de la posible terminación del conflicto armado implicará transformaciones<br />
en la estrategia y en el relacionamiento con las comunidades.