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Muchos individuos, afirma la doctora Kübler-Ross, se aproximan a
la muerte con sentimientos de enojo y de abatimiento. Los que niegan
la muerte hasta el último momento están más expuestos a sufrir una
agonía penosa; los que aceptan la muerte superficialmente, pero con
resignación pasiva ante el destino, en general mueren menos pacíficamente
que las personas que auténticamente aceptan la realidad inevitable
de la muerte. Hasta el último instante, estas personas suelen aferrarse
a la débil esperanza de que tal vez no mueran.
A la inversa, enfrentar la muerte en forma directa y clara desarrolla
en nosotros sentimientos de benevolencia y de amor compasivo.
Cuando la vida concluye, brotan energías positivas y negativas del inconsciente,
que el budismo denomina “conciencia alaya”, o acervo de
efectos kármicos. A menudo, las emociones negativas inhiben y superan
a las positivas; para controlar la negatividad, uno tiene que transformarla,
y fortalecer su energía positiva.
En este punto, comprender en profundidad las enseñanzas del
budismo puede ayudarnos a prepararnos para la muerte. En uno de
sus escritos, Nichiren escribe lo siguiente:
Nagarjuna explica el ideograma myo, de myoho o
Ley Mística, diciendo: “Es como un gran médico capaz
de convertir el veneno en remedio”. “Veneno” se refiere
a los tres caminos de los deseos mundanos, el
karma y los sufrimientos de la vida. “Remedio” indica
las tres virtudes del Buda: el cuerpo del Dharma, la
sabiduría y la emancipación o libertad. Convertir el
veneno en remedio significa convertir los tres caminos
en las tres virtudes. 7
Este fragmento implica que la Ley suprema del universo puede cambiar
los aspectos negativos de la vida —representados por los tres caminos—
en cualidades positivas, caracterizadas por las tres virtudes.