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latencia las funciones de las primeras cinco conciencias, mientras la

sexta sigue funcionando. En segundo lugar, la sexta conciencia deja de

estar activa, y pasa a la latencia dentro de la octava conciencia

—conciencia alaya— mientras que la séptima sigue activa como un

apego emocional a la existencia temporal. El tercer lugar, la séptima

conciencia también se repliega al estado latente dentro de la conciencia

alaya. Por eso, son sólo los niveles octavo y noveno de la conciencia

los que constituyen el “vehículo” de la vida eterna y los que continúan

a través del ciclo interminable de nacimiento y muerte.

Durante la transición de lo animado a lo inanimado, se va volviendo

latente nuestra capacidad de responder a los estímulos externos, y

nuestra vida queda anclada en el estado de vida que hayamos establecido

como tendencia básica hasta ese momento. Así pues, a medida

que se aproxima el proceso de la muerte, cada vez nos cuesta más usar

medios mundanos para transformar nuestro estado básico. Ni la

riqueza ni el poder, ni la posición social ni el amor de los demás

pueden ayudarnos. Incluso las grandes filosofías o sistemas de

pensamiento, si las hemos comprendido sólo de manera superficial y

no las llegamos a incorporar en nuestra vida, resultarán completamente

inútiles ante la proximidad de la muerte. A medida que la vida

pasa al estado latente, vamos perdiendo el poder de influir en el ambiente

y de ser influidos por él.

La conciencia alaya a veces se denomina “no evanescente”, porque

las semillas kármicas almacenadas en ella no desaparecen con la

muerte. Nuestra vida individual es acompañada, en su tránsito hacia

la latencia, por todos los efectos de nuestro karma. Aunque no conservaremos

los hábitos, aptitudes, rasgos y otras características, los elementos

que determinarán nuestro estado de vida después de la muerte

permanecerán dentro de la conciencia alaya. Por ejemplo, en la

muerte, la octava conciencia de alguien que vive en estado básico de

infierno padecerá sufrimientos infernales, derivados de las causas que

ese sujeto hizo cuando estaba con vida. Una persona que vivió

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