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Vuelvo a citar a Goethe: “La dicha de la vida es grande; más grande
aún es la dicha de vivir”.
Una existencia de compromiso y de claro propósito comienza por las
metas que cada uno decida trazarse. En la vejez, más que en cualquier
otro período, es importante indagar nuestro valor como seres humanos.
¿Qué aspectos de nuestro corazón valoramos, más allá del
prestigio y de la posición social?
El doctor Norman Cousins, pacifista y ex profesor adjunto de la Facultad
de Medicina de la UCLA, me dijo en una oportunidad: “La
muerte no es la mayor tragedia que habremos de enfrentar en la vida;
mucho más trágico es que, mientras una parte de nosotros sigue con
vida, otra parte importantísima haya muerto. No hay tragedia que
conlleve un mayor espanto. Lo esencial es construir algo valioso en la
vida”.
El propósito de nuestra existencia, hasta el último momento, es
crear valor. No hay vida tan noble como la de aquellos que viven dedicados
a algo en lo que creen y luchan denodadamente, empeñándose
con abnegación en bien de sus convicciones. Cuando uno llega a la
vejez, sabe perfectamente, en su fuero interno, hasta qué punto está
satisfecho con su vida. Esto es algo que nadie más puede saber o decidir
en nuestro lugar. El desafío más grande que el ser humano enfrenta
en esta sociedad, en rápido proceso de envejecimiento, es poder
decir honestamente al término de sus días que valió la pena cada jornada
de su existencia.
Una actitud positiva nos colma de energía: “El futuro está esperándome.
¡Tengo nuevas metas, y allí voy, decidido a lograrlas!”. El que
vive cada día al máximo puede guiar su existencia hasta un final glorioso,
como el dorado crepúsculo que ilumina el firmamento en todas
las direcciones.