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Si percibimos correctamente el nacimiento y la muerte como funciones
intrínsecas de la vida eterna, como enseña Nichiren, nos
apartamos de la ilusión en dirección al esclarecimiento. Dicho de otro
modo, abandonamos la idea superficial de que llegamos a ser budas
después de liberarnos del ciclo de nacimiento y muerte, y adoptamos
la comprensión más profunda de que la Budeidad es inherente a nosotros,
siempre dentro del ciclo de nacimiento y muerte, y no fuera de él.
Cuando vivimos basados en esta conciencia, no nos atemoriza el dolor
del nacimiento y la muerte. En cambio, acumulamos tesoros de infinito
valor en lo profundo de nuestro ser, para que, eterna y jubilosamente,
repitamos el ciclo del nacer y morir.
La naturaleza, la sociedad, nuestros propios asuntos cotidianos están
sujetos a un cambio constante; jamás permanecen en el mismo estado
y continuamente repiten el ciclo de nacimiento y muerte. Cuando
percibimos que la vida del individuo coexiste con la del universo, y que
el nacimiento y la muerte son aspectos alternos de una vida que es
eterna, podemos comprender que nuestra propia vida, la de nuestros
semejantes y la del mundo constituye una totalidad. Descubrimos en
nuestro interior un “yo” que no se altera frente a la realidad cambiante
de la vida humana y social, y este descubrimiento nos permite superar
nuestro miedo a la muerte. Para el ser humano, no hay nada tan hermoso
como lograr este estado de vida.
Las consecuencias en nuestra existencia actual
Hemos examinado en detalle el concepto budista sobre la vida
eterna. Pero ¿cuál es el valor de estas teorías en nuestra vida real? Si
nuestras ideas sobre la muerte no tienen incidencia directa en nuestra
forma de vivir, no son más que especulaciones teóricas sobre un tema
que afecta a cada uno de nosotros en el nivel más profundo. La
cuestión de la muerte requiere de nosotros un constante esfuerzo por
comprenderla.