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Como el yo y el ambiente son dos aspectos integrales de todo individuo,
los efectos del karma aparecen tanto en nosotros como en
nuestro entorno. La palabra “ambiente”, en este concepto, no se refiere
al contexto general en el cual viven todos los seres. Antes bien, se
refiere al hecho que cada ser vivo tiene su propio ambiente singular en
el cual se manifiestan los efectos de su karma individual. En tal sentido,
la formación del ambiente y el nacimiento de un sujeto en este
mundo se producen simultáneamente. A menudo, el sujeto y el medio
ambiente suelen verse como dos términos completamente distintos.
Pero, en el nivel más profundo, son una misma entidad inseparable.
Probablemente, en el universo haya muchos lugares aptos para funcionar
como ambientes de la vida. La tierra es un buen hábitat porque
posee un equilibrio ambiental extremadamente sutil. El enorme poder
que hemos adquirido mediante el desarrollo tecnológico hoy nos
permite ejercer influencia sobre ese delicado equilibrio. A medida que
la ecología va consolidándose como ciencia, los estudiosos cada vez se
preocupan más por hacer que la población preserve activamente la
biosfera terrestre.
Hace diez mil años, una tupida vegetación cubría lo que hoy es el
desierto de Sahara. Parece haber sido un importante centro cultural,
por la enorme variedad de objetos antiguos que se encontraron diseminados
en toda la región. En tiempos del Imperio romano, parte del
Sahara pudo haber sido, incluso, un fértil granero. Se acepta, en general,
que el Sahara se convirtió en desierto como resultado de los cambios
climáticos y del pastoreo excesivo.
Hoy, parece ser que las sequías y las inundaciones ocurren con mayor
frecuencia que en el pasado. Además de estas catástrofes naturales,
están los desastres causados por el hombre, consecuencia previsible si
se tiene en cuenta la noción imperante en la civilización moderna,
según la cual los seres humanos y la naturaleza son dos entidades distintas
e irreconciliables.