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el recuerdo de todo lo que hemos experimentado quede almacenado,

de algún modo, en nuestro cerebro.

El neurofisiólogo japonés Yasunori Chiba calculó que la cantidad de

datos —en la jerga informática, el número de bits— que un individuo

puede guardar en la memoria a lo largo de setenta años, consciente e

inconscientemente, es de aproximadamente quince mil millones. Un

sutra budista explica que en un solo día, ochocientos cuatro mil

pensamientos pasan por la mente de un individuo. Esta cifra, multiplicada

por la cantidad de días que hay en setenta años, da un total de

veintiún mil millones. Con todo, la exacta cifra que menciona el sutra

—ochocientos cuatro mil— no debe ser tomada literalmente; más bien

sugiere un gran número. No obstante, si consideramos el cálculo del

doctor Chiba, es probable que la ciencia demuestre, algún día, que

cada individuo tiene acceso a recuerdos que se remontan al origen de

la especie e incluso más allá.

Nadie sabe con exactitud en qué parte del cerebro se guardan los recuerdos.

Sin embargo, ellos emergen en respuesta a estímulos, asociados

con el mundo exterior. Los estudios neurofisiológicos han

mostrado que el hipotálamo y el sistema límbico se relacionan con

respuestas primitivas como la furia y el miedo; sin embargo, tales

emociones no surgen a menos que se estimulen ciertas partes relevantes

del encéfalo. Podríamos decir que están latentes en el cuerpo

humano.

Sabemos que los dos hemisferios cerebrales poseen diferentes funciones.

El hemisferio izquierdo se vincula a la lógica, el cálculo y el lenguaje,

mientras que el hemisferio derecho se relaciona más con la

sensibilidad, la intuición y la imaginación. Ambos hemisferios están ligados

por un “puente” —el cuerpo calloso— que posee unos doscientos

millones de fibras nerviosas. Roger Sperry, profesor de psicobiología

laureado en 1981 con el Premio Nobel en Medicina, desarrolló técnicas

experimentales mediante las cuales podía introducirse información a

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