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una vida llena de logros desemboca en una muerte serena”. La declaración
de Leonardo tiene mucho en común con la enseñanza
budista que considera la muerte como un simple medio conducente
ante el cual la vida continúa. Nuestro día comienza con un vibrante
despertar, pletórico de fuerzas. Por la noche, buscamos dar a nuestro
cuerpo extenuado su merecido reposo. Revitalizados por el sueño,
volvemos a despertar a la mañana siguiente con energía renovada.
Desde el punto de vista de la eternidad de la vida, podemos ver la
muerte como el primer paso del viaje hacia una nueva existencia.
El capítulo dieciséis del Sutra del loto nos dice: “No existen la
pleamar y bajamar del nacimiento y la muerte”. 17 Nichiren interpretó
así esta frase:
Considerar la vida y la muerte con aversión y tratar
de separarnos de ellas constituye una ilusión o una
iluminación parcial. Percibir claramente que la vida y
la muerte son la esencia de la vida eterna constituye
una comprensión o iluminación total. Nichiren y sus
discípulos que entonan Nam-myoho-renge-kyo toman
conciencia de la marea ascendente y descendente
del nacimiento y la muerte sabiendo que son funciones
innatas de una vida que es eterna. 18
El fragmento desarrolla una de las doctrinas budistas más profundas:
la noción de que el nacimiento y la muerte son inherentes a la
vida eterna. Esto significa que nuestra vida no cobró existencia por
voluntad de alguna divinidad trascendental ni por los actos de
nuestros padres, sino que siempre ha existido en el universo. “Vida
eterna” significa que nuestra vida ha existido y seguirá existiendo en el
universo, sin comienzo ni fin, y que su existencia no es intermitente,
sino continua. No hay vida eterna fuera del nacimiento y la muerte.