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cien años. Los psicólogos intentan aliviar un amplio espectro de
trastornos depresivos asociados a la vejez. Los especialistas en gerontología
social buscan que la población anciana pase esta etapa de la
manera más segura y agradable posible. Empero, para que todas estas
labores sean realmente efectivas, deben llevarse a cabo de manera coordinada
y conjunta. Aunque los síntomas biológicos, psicológicos y
sociales del envejecimiento se manifiesten separadamente, en general
existe una interacción entre todos ellos. Por ende, para hallar solución
a los muchos problemas de la vejez, es necesaria la cooperación de
científicos y especialistas de disciplinas diversas.
Si bien es cierto que, a cualquier edad, los individuos difieren
mucho entre sí, estas diferencias se acentúan mucho más en la ancianidad;
nos parecemos mucho más a nuestros semejantes a los siete
meses que a los setenta años. Pues, aunque la vejez es un proceso ineludible,
avanza a ritmo muy distinto en cada individuo, y esto hace
que algunos adultos parezcan mucho más jóvenes que otros de su
misma edad.
En 1970, formé un grupo con diversos amigos; todos habíamos
nacido en el mismo año: 1928. Cada vez que nos vemos y veo el brillo
de su mirada, me sorprende constatar que algunos parecen mucho
más jóvenes de lo que realmente son. Esto indica dos cosas; en primer
lugar, el calendario no es la única forma de medir nuestra edad ni la
más importante, pues los factores fisiológicos, psicológicos y espirituales
sin falta ejercen una poderosa influencia. En segundo término,
los ojos resplandecientes de una persona mayor indican una fortaleza
espiritual que, a su vez, acendra la vitalidad física.
A medida que envejecemos, nuestros órganos internos se van atrofiando
lentamente, y las articulaciones pierden agilidad. Pero estos, de
por sí, no son graves problemas. Aun en la vejez, el ser humano sigue
conservando la fuerza vital intrínseca que le permite reparar las partes
deterioradas o dañadas de su cuerpo. Y no hay razón, ni siquiera