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Las primeras cinco de las nueve conciencias corresponden a la
noción convencional de los cinco sentidos: vista, oído, olfato, gusto y
tacto. Se activan mediante la interacción de los cinco órganos sensoriales
con el ambiente. Los cinco órganos de la percepción son como
ventanas —o caminos— por medio de los cuales el mundo externo se
conecta con nuestro interior; funcionan de manera relativamente
pasiva.
La sexta conciencia integra las percepciones de los cinco sentidos
para formar imágenes mentales coherentes y juicios sobre el mundo
externo. Si alguno de los cinco órganos sensoriales deja de funcionar
bien, la mente puede verse limitada, en ese aspecto específico, para
percibir correctamente el mundo exterior. Pero también, a la inversa,
aunque una “ventana” esté obstruida o cerrada, la mente sigue siendo
capaz de formular juicios acertados, en la medida en que los otros sentidos
funcionen bien. La sexta conciencia también puede funcionar independientemente
de los cinco sentidos, como en los sueños o en el
ejercicio de la facultad imaginativa.
Es común que la función de los cinco sentidos se vea afectada por
distorsiones. Como veremos, las influencias negativas que surgen de la
sexta, la séptima y la octava conciencia confunden la percepción del
mundo exterior que llevan a cabo los órganos sensoriales. Nuestra percepción
es influida por nuestras actitudes, por los efectos del karma y
por la acción de la conciencia. Un hombre sano y rebosante de vitalidad
puede disfrutar hasta de los manjares más sencillos; pero para alguien
transido de sufrimiento, el festín más opulento puede resultar
desabrido. Este tipo de fenómenos, aun siendo tan habituales, siguen
entrañando su cuota de misterio.
A la vez, cada órgano sensorial posee su propia conciencia. Fisiológicamente
hablando, los órganos sensoriales no transmiten al cerebro
todo lo que perciben. Antes bien, seleccionan y transfieren sólo lo “importante”.
Así pues, cuando hablamos de la conciencia de la vista, por