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Según Nichiren, “Si consideramos el poder del Sutra del loto,
tendremos juventud perpetua y vida eterna ante nuestros ojos”. 8 En la
vejez, nuestro espíritu puede florecer en estado de juventud perpetua,
aun cuando nuestro cuerpo no sea inmortal ni pueda conservar toda la
vida el aspecto juvenil de las primeras décadas. Precisamente por esta
razón, es fundamental que vivamos de manera satisfactoria, dando
valor a cada día.
La muerte es inevitable; por tal motivo, es sensato verla con ojos
positivos y considerarla el punto de partida hacia una nueva vida. El
primer paso para adquirir una visión alentadora es comprender que la
vida es eterna. Aunque en el cuarto capítulo nos detendremos más en
este tópico, por ahora diremos que en el budismo, la eternidad es una
sucesión infinita de instantes, y que cada instante, en forma individual,
contiene la eternidad. Así pues, tanto la eternidad como el instante
coexisten en nuestra vida. El propósito del budismo es permitirnos
comprender esta eternidad en el presente, y vivir a pleno.
El budismo no es sólo una construcción teórica, sino una filosofía
práctica, que nos ayuda a orientar la existencia a medida que vivimos,
momento a momento, hacia el logro de la felicidad y la creación de valor.
El ingrediente esencial para valorar nuestra propia vida es reconocer
que llevamos en nuestro interior el tesoro intrínseco más grande y
preciado: la naturaleza de Buda.
Nichiren enseñó: “Cuando uno concentra el esfuerzo de cien millones
de eones en cada instante de la vida, los tres cuerpos del Buda se
manifiestan en cada uno de sus actos y pensamientos”. 9
El “esfuerzo de cien millones de eones” se refiere a la capacidad de
enfrentar cada uno de los problemas de la vida con todo nuestro ser,
despertando la totalidad de nuestra conciencia y explorando hasta el
último de nuestros recursos interiores. Cuando abordamos los desafíos
de la existencia directamente y sin escatimar nada de nosotros