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El concepto de las funciones diabólicas y su acción como causa de

enfermedad merecen una exploración detenida. Las “funciones diabólicas”

(mara, en sánscrito), comúnmente se traducen como “destructoras”

o “devoradoras de vitalidad”. En la mitología budista, estas

son personificaciones de funciones negativas internas. Representan

los apegos egocéntricos y las malas influencias que obstruyen el

avance del ser humano en dirección a la verdad y no le permiten cultivar

una fuerte vitalidad positiva. Las funciones diabólicas son aspectos

de nuestra propia vida que dañan nuestra salud y nos impiden la

práctica de las enseñanzas budistas.

Así pues, representan la tendencia fundamental del individuo hacia

la desarmonía del cuerpo y de la mente. A diferencia de las otras

cuatro causas de enfermedad, esta afecta el campo mental. Su origen

no se remonta a influencias externas, sino que reside en el interior del

sujeto y consume el brillo del propio individuo. El resultado es la

manifestación de la ilusión u oscuridad fundamental de la vida.

De esta oscuridad fundamental derivan los tres venenos: la codicia,

la furia y la estupidez, que constituyen la fuente de todos los deseos o

apegos destructivos y egoístas, y son fundamentalmente negativos.

La codicia agita los cinco órganos sensoriales en una perpetua e insaciable

búsqueda de gratificación, enfocada en la comida, el amor, la

riqueza, la fama, el placer y toda clase de objetos. Pero esta actividad

consume nuestra fuerza vital innata. Cuando la codicia consume

nuestra vida, toda la energía que poseemos se enfoca en el objeto de

nuestro deseo, debilitándonos como si nuestro cuerpo se estuviera

desangrando.

La furia indica una malicia derivada del odio, que impide a nuestro

corazón inclinarse hacia el bien y perturba la relación armoniosa entre

el yo y los semejantes. Este trastorno puede desembocar en un conflicto

de proporciones colosales, alimentar el conflicto armado y la

guerra, y hasta destruir la propia vida.

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