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responden con su propio aislamiento mental y emocional. Es comprensible
que a los ancianos, conscientes de que ya no pueden hacer
muchas cosas que antes los mantenían activos, les cueste aceptar los
problemas y las limitaciones de la edad.
Cada sociedad tiene luces y sombras. A lo largo de la historia, las
mujeres, los niños y la gente mayor han tendido a ser marginados, más
que a recibir el debido respeto e interés de la comunidad. Nichiren reconoció
este problema; al respecto, ponderó elogiosamente al rey
Wen, un sabio monarca de la antigua China que, conociendo los
sinsabores que sufrían los ancianos en su país, les brindó el máximo
apoyo posible y estableció amplias políticas de bienestar social. Esta
benevolencia solidaria y humanística del rey Wen, escribió Nichiren,
hizo que la dinastía fundada por él prosperara durante treinta y siete
generaciones; es decir, durante ochocientos años.
La cultura que valora a los mayores valora a la humanidad. Es necesario
que la familia y la trama social, en su conjunto, construyan una
cultura de espiritualidad profunda y compasiva, y que tracen una red
de beneficios prácticos que atiendan las necesidades de la población
anciana.
El aspecto luminoso de la vejez
Hace unos años, el New York Times publicó un artículo sobre los
hallazgos de un grupo de investigadores científicos. La nota se titulaba
“La mente anciana muestra que el desarrollo continúa durante toda la
vida”, 3 y llegaba a la conclusión de que el envejecimiento producía desarrollo
en ciertas áreas del cerebro, y declinación en otras. Aunque,
en la vejez, hay una disminución de la “inteligencia fluida”, también
hay un incremento de la “inteligencia cristalizada”.
La “inteligencia fluida”, según este artículo, es “el conjunto de
aptitudes que intervienen en la percepción y el empleo de relaciones y