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instante de la muerte o que persiste más allá de la muerte en una
forma eternamente inmutable; no reconocer la ley de causa y efecto;
adherir a juicios errados y con tanta obstinación, que consideramos
inferiores las cosas de naturaleza superior…
Las ilusiones del deseo pueden sintetizarse de manera mucho más
concisa: abarcan inclinaciones como la codicia, la furia, la estupidez y
la arrogancia, que surgen en relación con acontecimientos u objetos
específicos.
Las ilusiones incontables como las partículas de polvo y de arena
son las que aparecen a medida que practicamos el budismo con la intención
de ayudar a los demás. Aunque reconocemos la verdad de los
principios budistas, por momentos pensamos que no son aplicables a
ciertas situaciones de nuestra vida o de la vida ajena. O tal vez no
tenemos la convicción necesaria para hablar con los demás sobre lo
que hemos aprendido. Y sin embargo, la práctica del bodhisattva consiste
en vencer tales dificultades. Cuando expresamos plenamente
nuestra sabiduría, volcándola directamente a cada aspecto de nuestra
vida cotidiana —como, por ejemplo, comunicar las enseñanzas a
otros—, estamos expresando nuestra Budeidad.
Las ilusiones sobre la verdadera naturaleza de la existencia impiden
a los bodhisattvas tomar conciencia de su naturaleza real. Ellas residen
en lo más recóndito del inconsciente, y por eso tienen el potencial
devastador de arrojar nuestra vida a la total oscuridad, y de conducirnos
a la autodestrucción. Las ilusiones sobre la verdadera naturaleza
de la existencia generan el impulso de matar y destruir, o la
pulsión más primitiva aún de sacrificar a otros y obtener placer en este
acto destructivo. El budismo enseña que vivir basados en este tipo de
impulsos constituye, de por sí, la enfermedad mental.
Así como nuestro estado físico afecta nuestra condición mental,
nuestra salud corporal se ve profundamente afectada por las creencias
(o ilusiones) que tenemos y por nuestra actitud hacia la vida, factores