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palacio interior de satisfacción profunda que perdure a través del
tiempo. Este palacio de diamantes, esta torre de tesoros que se remonta
a magníficas alturas, se construye mediante la fe y la práctica.
Estos primeros seis estados, que van desde el infierno hasta el éxtasis,
se denominan colectivamente “seis senderos” o “seis estados inferiores”.
Todos ellos tienen una cosa en común: surgen y se activan mediante
la satisfacción o la frustración de diversos impulsos y deseos. Su
aparición o desaparición es gobernada, esencialmente, por las circunstancias
externas. La mayoría de las personas pasan la vida fluctuando
entre estas seis condiciones de vida, sin jamás comprender que están a
merced de sus reacciones frente a los estímulos del ambiente. Cualquier
clase de satisfacción o de placer que brinden estos estados es
precaria y poco duradera. Cuando vivimos en el marco de los seis estados
inferiores, no nos damos cuenta de esta precariedad y basamos
nuestra dicha —o, mejor dicho, toda nuestra identidad— en factores
externos, modo en el cual no podemos transformar nuestro ser.
Cuando reconocemos que todo lo que se experimenta en los seis estados
más bajos es transitorio, comenzamos a buscar una verdad
duradera. Esta búsqueda nos lleva a los dos estados siguientes, el de
aprendizaje y el de comprensión intuitiva. Junto con el noveno estado,
de bodhisattva, y con el décimo estado, de Budeidad, forman los
“cuatro estados nobles”. A diferencia de los otros seis, caracterizados
por el apego a los deseos egocéntricos, estos cuatro estados más elevados
sólo se despliegan y se activan mediante el esfuerzo deliberado y
sostenido.
Aprendizaje
En el séptimo estado, de aprendizaje, tomamos conciencia de la
transitoriedad de las cosas y de la inestabilidad que caracteriza a los
seis caminos. Nos dedicamos a la transformación y al desarrollo personales,
aprendiendo de las ideas de otras personas, y recurriendo a
los conocimientos y experiencias ajenos. Suele decirse que este estado