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El universo incluye dentro de sí las fuerzas del bien y del mal. En el

Gohonzon, están representados los diez estados en su totalidad; desde

el estado de Buda hasta el de infierno. La luz de Nam-myoho-rengekyo

ilumina imparcialmente los poderes y las aptitudes del bien y del

mal; tanto el bien como el mal despliegan la “forma excelsa que existe

en ellos en forma intrínseca”; dicho de otro modo, despliegan la existencia

tal como es.

Esa forma excelsa de la existencia fundamental cobra aspecto físico

en este mundo por medio del Gohonzon. Por ende, cuando entonamos

Nam-myoho-renge-kyo ante el Gohonzon, el bien y el mal (o la capacidad

iluminada y el aspecto ilusorio) de nuestra vida comienzan a

funcionar como la forma excelsa de la existencia fundamental. Incluso

una vida controlada por la agonía del infierno, o una vida restringida

por el estado de ira comienzan a moverse hacia la creación de valor y

de felicidad personal. Los destinos empujados hacia la desventura y la

desdicha encuentran el rumbo que los orienta hacia el bien, cuando

comienzan a basarse en la Ley Mística. Es como si el sufrimiento se

convirtiera en el combustible que alimenta el fuego de la dicha, la sabiduría

y la empatía. La Ley Mística y la fe encienden esa llama.

No hace falta decir que los estados derivados del bien —como el de

Budeidad, el de bodhisattva o el de éxtasis— sólo incrementan su

brillo y su efectividad, mediante el poder de entonar Nam-myohorenge-kyo.

El bien y el mal, los tres mil aspectos y factores de la existencia

se fusionan armoniosamente y nos conducen a la felicidad, a una

vida de eternidad, alegría, verdadera identidad y pureza.

La fe en el Gohonzon y la práctica de Nam-myoho-renge-kyo nos

permiten tomar contacto con nuestra Budeidad, que es la realidad última

de nuestra vida. Así pues, la Ley Mística es el objeto de devoción

y, más generalmente, la verdad inherente a nosotros. Nichiren lo explicó

en una carta dirigida a un seguidor llamado Abutsu-bo:

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