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predominantemente gobernada por sus deseos sentirá una profunda
frustración después de la muerte.
Nuestra energía kármica ejerce impacto en nuestros seres queridos
(vivos y fallecidos) y en toda la humanidad, y recibe de ellos la misma
influencia. Esta relación se extiende, incluso, a los animales y las
plantas. Un cambio positivo y profundo en la energía kármica de
nuestra vida puede ser el pivote de un cambio en la vida de los demás;
la transformación interior de un sujeto —su “revolución humana”—
puede, entonces, cambiar el destino de su familia y de la sociedad en
que vive.
Es importante recordar que, mientras estamos con vida, el yo cambia
a cada instante; todo el tiempo estamos generando nuevas causas,
mediante nuestros actos físicos y espirituales. Durante el transcurso
de la vida, se van revelando los efectos de nuestras causas pasadas, lo
cual a su vez dispara nuevos cambios y nos da más oportunidades de
crear nuevas causas kármicas. Pero, aunque formemos nuevas semillas
de naturaleza kármica, la conciencia alaya nunca llega a estar completamente
libre de ilusión. La pureza absoluta sólo se encuentra en la
novena conciencia.
La novena conciencia: Pureza, yo superior, naturaleza
de Buda
En lo profundo de nuestra vida, no sólo quedan registrados nuestros
pensamientos, sino también nuestras palabras y acciones. Nuestro
karma combina tanto el bien como el mal, tanto la iluminación como
la ilusión, fuerzas opuestas trabadas en pugna incesante. Basados en
nuestro profundo amor compasivo y solidario, podemos tomar la determinación
de hacer causas que contrarresten los efectos kármicos
grabados en la conciencia alaya mediante la ilusión. Podemos trabajar
con miras a la transformación interna rompiendo los muros de
nuestro egoísmo y dedicando nuestra vida a beneficiar a los demás. De