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sugería, como sugiere también el budismo, es que nuestra salud depende
en cierta medida de la forma en que nos adaptemos a los desafíos
que nos presenta nuestro entorno.
Aun en nuestro propio cuerpo, la inseparabilidad de la vida y su ambiente
es una verdad ostensible. Si nos observamos como una única
entidad, nuestra vida a cada instante corresponde al “sujeto”, y las
funciones de las células y moléculas de nuestro cuerpo constituyen el
“ambiente”. En cada una de nuestras actividades, ambos términos son
inseparables. Las células y moléculas (el ambiente que sustenta
nuestra vida) llevan a cabo sus funciones vitales como expresión de los
tres mil aspectos que operan en nuestra vida, a cada momento.
El “estar vivo”, en sí, puede verse como una relación continua entre
el poder generador que posee la vida y los diversos componentes del
cuerpo. Hay casi sesenta billones de células que trabajan independientemente,
pero a la vez juntas, para que un ser humano viva. Pero el
cuerpo humano es mucho más que un conjunto de células y órganos.
Las diversas células, órganos y sistemas corporales mantienen un
equilibrio creativo entre la especialización y la síntesis. Cada una
despliega su naturaleza individual mientras coordina sus actividades
en una unión armoniosa.
El psicólogo social Kurt Lewin acuñó el término “espacio vital” para
denotar el ambiente psicológico del individuo, tal como es percibido
por él. La perspectiva de Lewin tiene muchísimas semejanzas con el
concepto de la inseparabilidad entre la vida y el ambiente; él hizo hincapié
en lo interno, por sobre el ámbito externo de los seres vivos. En
consecuencia, postuló el ambiente no tanto como un “mundo objetivo”,
sino como un componente importante de los seres vivientes que
viven en él. Lewin afirmó que todas las formas de vida de este planeta
poseen su propio ambiente; esto significa que hay tantos ambientes
como seres vivos. Hasta el perro o el gato que poseemos como mascota
tienen un entorno propio, según Lewin. Los seres, a medida que van