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el cuerpo, y permanece relativamente constante. El budismo la llama
“yo superior” o “identidad verdadera”.
En cualquier momento determinado, podemos relacionarnos con el
medio ambiente de manera compasiva y considerada, o bien aislarnos
de él y desinteresarnos. Cuando esta participación es comprometida y
abierta, experimentamos nuestro “yo superior”; cuando nos cerramos
a los demás, lo que prepondera es nuestro “yo inferior”. Este último
opera bajo influencia de la ilusión, mientras que la identidad verdadera
es sinónimo de nuestra naturaleza de Buda. Vivir en pos del yo
superior significa reconocer el principio universal que subyace a todas
las cosas e, iluminados de este modo, elevarnos sobre el sufrimiento
que origina la conciencia de la transitoriedad. Para fortalecer y mejorar
la calidad de nuestra existencia, es menester creer en algo eterno;
cuando uno piensa que esta existencia es el comienzo y el fin de todo,
pierde la oportunidad de disfrutar de una vida realmente profunda.
Pensémoslo de este modo: Los niños son felices chapoteando y
jugando en esas pequeñas piscinas plásticas de jardín, pero cuando
crecen y conocen la sensación de zambullirse en una verdadera piscina
de natación, las otras ya no les parecen divertidas. Y los que tienen
ocasión de nadar en el mar abierto probablemente no se sientan tan a
gusto, ni siquiera en una piscina olímpica.
Del mismo modo, cuando nuestro punto de vista se expande y trasciende
los confines de esta existencia actual para abarcar el inmenso y
eterno universo, experimentamos un deleite tan profundo como
satisfactorio.
Los problemas que acarrea la vejez
La cuestión de la vejez puede abordarse desde el punto de vista biológico,
psicológico y social. Los médicos y biólogos trabajan para contrarrestar
o hasta eliminar ciertas enfermedades degenerativas, con el
objetivo de extender la duración de la vida sana mucho más allá de los