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visuales o auditivas, el paciente alucinaba que veía u oía cosas. Del
mismo modo, si se estimulaba un área motriz, la persona involuntariamente
movía una extremidad. Penfield, entonces, descubrió que la estimulación
eléctrica del cerebro en determinadas áreas inducía al
sujeto a ver, oír, oler, etcétera. Sus descubrimientos ayudaron a comprender
cómo se procesaba la información que el cerebro recibía de
los órganos sensoriales.
Hubo algo muy interesante en los experimentos de Penfield: sus pacientes
informaron su sorpresa al enterarse de que habían respondido
conscientemente a los estímulos; para ellos, no había sido una
respuesta voluntaria, sino más bien como si una fuerza exterior a ellos
los compeliera a responder así. Penfield determinó que aunque el
cerebro fuese la computadora del cuerpo, la mente era su
programador.
Además, concluyó que las funciones complejas y evolucionadas de la
mente (como las creencias, la toma de decisiones y la formulación de
juicios de valor) no podían activarse sólo mediante la estimulación
eléctrica, como la de sus experimentos. En opinión de Penfield, el
cerebro es el vehículo físico de la psique o, más precisamente, el asiento
físico de la actividad mental.
Penfield también investigó de qué manera se almacenaban los recuerdos
en el cerebro, centrándose en el lóbulo temporal, un área más
pequeña que la palma de una mano situada justo bajo la región de las
sienes y los oídos. Penfield informó que cuando esta área era estimulada
eléctricamente, los pacientes parecían revivir intensamente escenas
del pasado, y experimentar, asimismo, las sensaciones y
pensamientos asociados a ellas. Más aún, recordaban cosas que
habían olvidado desde hacía mucho tiempo. Un hombre, por ejemplo,
recordó a personas con las que se había relacionado en su infancia, a
otros chicos con quienes había peleado y a un ladrón que había entrado
en su vivienda. En vista de los experimentos de Penfield, tal vez