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muere, repasa lo que hizo motivado por la codicia y la furia, tendencias
arraigadas en la oscuridad fundamental inherente a la vida humana;
por ejemplo, las acciones que derivan de nuestra indignación,
rencor, enojo, envidia y antipatía personal graban en nosotros causas
kármicas negativas.
En la conmoción de la muerte, algunas personas sienten miedo y
confusión, y luchan frenéticamente. Es posible experimentar muchas
emociones: contento, insatisfacción, alegría, tristeza y reproches. La
forma en que hemos vivido nos prepara para ese momento; al respecto,
la práctica budista nos enseña cómo vivir bien, y nutre nuestra
capacidad de hacerlo.
Desde la perspectiva del budismo, la capacidad de atravesar correctamente
el proceso de la muerte depende del trabajo firme que
hayamos hecho en vida, para acumular buenas causas y efectos, y
fortalecer el cimiento del bien en lo profundo de nuestro ser. Uno
puede entrar en la existencia intermedia pacífica y jubilosamente si, en
el instante de morir, ha tomado conciencia de su naturaleza de Buda
primordial. Nichiren alentaba a sus seguidores de este modo: “Tome la
decisión de hacer surgir el inmenso poder de la fe, y entone Nammyoho-renge-kyo
con la oración de que su fe sea correcta y firme en el
momento de la muerte”. 8
La fe en el momento de morir
Se cree que la muerte clínica ocurre en el momento en que la muerte
se torna irreversible, señalado por síntomas fisiológicos como la
muerte del tallo cerebral, el cese de la función respiratoria y del ritmo
cardíaco. Se entiende que, en este momento, el individuo experimenta
la muerte. Las energías físicas y mentales se desintegran, y tanto la
vida como la energía kármica del fallecido subsisten en estado de no
sustancialidad.