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Cuando, en 1985, me reuní a dialogar con el doctor Karan Singh,
conocido intelectual indio, conversamos sobre la flor del loto. Como el
budismo se propagó en toda la antigua India, yo había pensado que la
flor de loto se cultivaba extensamente en diversas regiones del territorio.
Me sorprendí, entonces, cuando el doctor Singh me dijo que el
loto sólo crecía en la región de los Himalayas, área visitada a menudo
por Shakyamuni en sus viajes de propagación.
El doctor Singh describió los diversos significados simbólicos que
tuvo el loto a lo largo de la extensa historia india. En primer lugar, la
flor significa fertilidad, prosperidad y larga vida. En segundo término,
se dice que Brahma —personificación del principio universal primario,
en la mitología india— surgió de un loto. Tercero, la flor de loto crece
en el fango, lo cual ilustra que la belleza puede surgir incluso de cosas
desagradables. Cuarto, la flor de loto flota sobre la superficie del agua,
pero se mantiene seca; esto simboliza la actitud imperturbable en medio
de las tribulaciones de la vida. En quinto lugar, en los escritos sánscritos
se usaba la imagen del loto para exaltar la belleza de los ojos de
la mujer. Sexto, la flor del loto se cierra de noche y se abre de día; esto
ha resultado ser una metáfora viviente para indicar el despertar de la
mente a una filosofía sublime y excelsa.
Las interpretaciones del doctor Singh derivan de las antiguas
actitudes indias hacia esta planta. La flor del loto se menciona en el
Rig Veda, la escritura india más antigua que se conoce. En ese momento,
el loto era valorado como ideal de belleza y, al mismo tiempo,
como hierba medicinal. Sus rizomas eran preciados como fuentes de
nutrición y de fortaleza, y se empleaban en la preparación de diversos
remedios. Se dice que Shariputra, uno de los discípulos principales de
Shakyamuni, curó una enfermedad crónica con rizomas de loto. La
flor, en sí, se utilizaba como remedio herborístico para afecciones
renales y estomacales; sus hojas servían para restañar hemorragias.