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discrepan con respecto a su origen, pero, en general, se acepta que fue
hijo de una cortesana y de un aristócrata —presuntamente, el rey
Bimbisara—, y que sus padres lo abandonaron durante la infancia. De
adulto, aprendió el arte de la curación con un médico magistral. Realizaba
diversos tratamientos médicos para tratar migrañas, diarreas, lesiones
en dedos y extremidades, ceguera, llagas cutáneas y fístulas
anales.
Un próspero habitante de Rajagriha solía padecer de terribles
jaquecas. Acudió a varios médicos, sin que ninguno pudiera ayudarlo;
el pronóstico se agravó. Uno de los facultativos predijo que no viviría
más de siete años con semejante cuadro; otro vaticinó apenas cinco
años de sobrevida; hubo quien le auguró la muerte en siete meses, y
un último médico le dijo que moriría en cuestión de días, o a lo sumo,
de un mes. Desesperado, el hombre recurrió a Jivaka; éste seguramente
entendió que la dolencia no sería fácil de tratar, porque al principio
rehusó. Pero, en parte porque el Rey intercedió, Jivaka aceptó investigar
las posibilidades de curar al enfermo. Lo interrogó acerca de
su mal, lo examinó y llegó a la conclusión de que su tratamiento tenía
buenas probabilidades de éxito.
Jivaka prescribió al hombre comidas excesivamente saladas, para
inducirle una intensa sed. Luego, le ofreció abundante licor para adormecerlo
y anestesiarlo. Lo ató a una cama y llamó a sus familiares.
Hizo un orificio en el cráneo del hombre y se lo mostró a los parientes,
mientras decía: “Toda la cavidad está llena de parásitos; estos son los
que causan la enfermedad. Si no actuamos, estos parásitos devorarán
el cerebro por completo y le causarán la muerte en siete días”. Jivaka
extrajo el tejido afectado, limpió la región, aplicó mantequilla clarificada
mezclada con miel en la cabeza del hombre, tapó el orificio del
cráneo, volvió a cubrirlo con el cuero cabelludo, suturó la herida y la
untó con una pomada hasta cubrir la laceración. El hombre sanó en
forma inmediata, y al cabo del tiempo, la piel y el cabello volvieron a