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Capítulo 2: La vejez
Por cierto, no es novedosa la idea de que el cambio constituye la naturaleza
esencial de la realidad. En el siglo VI a. C., el filósofo griego
Heráclito postuló que todos los fenómenos estaban sujetos a un constante
fluir, y que “no nos bañamos dos veces en el mismo río”. A decir
verdad, todo cambia en forma constante, ya sea en el mundo natural o
en el quehacer humano. Nada se mantiene exactamente en el mismo
estado, ni siquiera durante el instante más fugaz; hasta las rocas y
minerales que parecen más sólidos están sometidos a la erosión del
tiempo.
La transitoriedad de todos los fenómenos
El budismo llama “transitoriedad de todos los fenómenos” a este aspecto
efímero de la realidad. En la cosmología budista, esta noción se
describe como un reiterado ciclo de formación, continuación, declinación
y desintegración, que experimentan todos los sistemas, inclusive
la vida humana. La vida humana no cesa de cambiar, comoquiera
que actuemos. La filosofía del budismo enseña que todos los
fenómenos, al igual que nuestro cuerpo, son transitorios.
Pese a que el envejecimiento es inevitable, a menudo rehusamos
aceptar que, a cada segundo, nuestra vida envejece. En el pasado, la
gente mayor era tratada con reverencia, porque impartía conocimientos
y tradiciones a la comunidad. En esta época, que da más importancia
a la rapidez y la eficiencia que a los valores tradicionales, la población
anciana se ve lamentablemente excluida del gran quehacer social.
A menudo, los mayores son vistos como una carga, más que como
parte del patrimonio familiar. No ha de sorprender, entonces, que la
gente deplore el paso de los años y haga todo lo que esté a su alcance
para retardar la vejez.