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Sin embargo, si ésta ha de ser nuestra meta, primero debemos identificar

los principales sufrimientos de la vida. El budismo describe

cuatro padecimientos universales: el nacimiento, la vejez, la enfermedad

y la muerte. Por mucho que nos aferremos a la juventud, el

paso del tiempo nos hará envejecer. Por mucho que cuidemos nuestra

salud, lo más probable es que, tarde o temprano, contraigamos alguna

afección o enfermedad. Y, más fundamentalmente, aunque la sola idea

de la muerte nos resulte intolerable, lo cierto es que cualquier instante

podría ser el último para nosotros (aun cuando no podamos saber, por

supuesto, cuándo llegará ese momento).

Los sufrimientos de la enfermedad, la vejez y la muerte remiten a diversas

causas, de índole biológica, fisiológica y psicológica. Pero, en última

instancia, lo que provoca todas nuestras desdichas mundanas es

la vida, en sí; o, en otras palabras, el hecho de haber nacido en este

mundo.

En sánscrito, al sufrimiento se lo llama duhkha, término que denota

un estado de conflicto y de discrepancia entre lo que deseamos y lo

que nos ofrecen las cosas y personas a nuestro alrededor. Esto deriva

de la naturaleza transitoria de todos los fenómenos: la juventud y la

salud no duran eternamente; tampoco nuestra existencia perdura por

siempre. Aquí, según el budismo, reside la causa última del sufrimiento

humano.

Shakyamuni, también conocido como el buda histórico Gautama o

como Siddhartha, renunció al mundo secular después de haber constatado

estos sufrimientos humanos en lo que se conoce como “los

cuatro encuentros”, un relato presente en muchos escritos budistas. El

rey Shuddhodana, padre del joven príncipe Siddharta, quiso ahorrarle

a su hijo todo contacto con el sufrimiento; para eso, lo mantuvo recluido

en el mundo ideal de su palacio. Pero un día, habiendo atravesado

las murallas por la puerta oriental, Shakyamuni vio a un frágil anciano

que avanzaba con dificultad, apoyado en un bastón. Al observar esta

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