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Varios de los discípulos más eminentes de Shakyamuni también sufrieron
hechos infaustos en el transcurso de su práctica budista. Durante
la existencia del Buda, Devadatta mató a golpes a la monja
budista Utpalavarna, cuando ésta lo amonestó por haber intentado
aplastar al Buda con un peñasco, desde la cumbre del Pico del Águila.
Maudgalyayana era el discípulo del Buda más destacado por sus
poderes trascendentales; mientras practicaba la mendicación religiosa
en Rajagriha, murió linchado por una turba. No obstante, aunque
Shakyamuni experimentó personalmente considerables odiseas, y
aunque sus seguidores fueron sometidos a distintas hostilidades, él
siguió enseñando a las personas cómo liberarse del sufrimiento, para
poder guiarlas de a poco por el camino a la Budeidad. El budismo fue
venerado, en su momento, en la India y en la China, y luego llegó a ser
una religión mundial, precisamente por la determinación de
Shakyamuni de propagar sus enseñanzas pese a los obstáculos y
tragedias.
La muerte del espíritu
El Sutra del nirvana afirma: “¡Bodhisattvas, ¡no temáis a elefantes
enfurecidos! ¡Es a los malos amigos a quienes debéis realmente temer!
[…]Aunque os mate un elefante furioso, no caeréis en los malos caminos.
Pero si un mal amigo os destruye, sin falta os hundiréis en ellos”.
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Este fragmento significa que, mientras vivamos en la sociedad humana,
no podremos evitar sufrir. Sin embargo, aunque muriésemos a
causa de un accidente inesperado —en este caso, aplastados por un
elefante fuera de sí—, eso no nos haría caer en los malos caminos.
Pero, en cambio, si confundidos por malas influencias, abandonáramos
la lucha por mejorar nuestra vida y por ayudar a los semejantes,
de acuerdo con el sutra caeríamos en los tres malos caminos:
infierno, hambre y animalidad.