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mundos son mi dominio, y todos los seres que habitan en él son mis
hijos. Este lugar está asolado de numerosos dolores y pruebas. Soy la
única persona que puede rescatar y proteger a los demás”. 15
Un pasajero que viajaba en uno de los aviones secuestrados era
amigo mío, practicante del budismo de Nichiren. Sus familiares, que
practican esta filosofía en su totalidad, me escribieron para decirme
que, aunque en principio la tragedia los había destrozado, decidieron
enfrentar la situación abiertamente y emplearla para profundizar su fe
y fortalecer mucho más su vida.
Los creyentes en la Ley Mística no necesariamente viven más años
que los demás o están libres de las calamidades humanas. La muerte
es una certidumbre. Por ende, lo que importa no es que tengamos una
vida larga o corta, sino que, en esos años de vida, hayamos formado un
vínculo con la Ley Mística, el eterno elixir que cura todos los males de
la existencia. Esto, en retrospectiva, determina que hayamos podido
vivir de la mejor manera posible. Cuando nos empeñamos incesantemente
en revelar nuestra naturaleza de Buda y en abrazar a los demás,
con el amor compasivo de un bodhisattva, todo lo que nos sucede en
la vida es alimento de nuestra iluminación. Entonces, los desastres
nunca son meros desastres; y hasta una corta vida puede ser tan
fructífera como una larga existencia. La fe nos permite hallar un infinito
significado en cada acontecimiento, bueno o malo.
El budismo esclarece que las adversidades de la vida sirven para erradicar
los efectos negativos del karma individual. En tal sentido,
nótese el brutal desastre que sufrió Shakyamuni durante los últimos
años de su vida, cuando el rey Virudhaka, de Koshala, ordenó masacrar
a la tribu de los shakyas. Aunque no hay coincidencia entre los distintos
registros históricos, parece ser que la tribu shakya fue literalmente
aniquilada bajo las huestes de Virudhaka. La masacre se cuenta
entre las nueve grandes pruebas que afrontó el Buda.