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Así pues, el budismo distingue entre la muerte del cuerpo y la
muerte del espíritu, de la motivación interna que nos lleva a buscar el
camino de la Budeidad. Desde el punto de vista de la idea budista
sobre la vida eterna, la muerte física no tiene incidencia directa en la
verdadera felicidad. Por el contrario, si mantenemos la práctica de los
principios budistas durante nuestra existencia, podremos minimizar la
duración de nuestra existencia intermedia y renacer rápidamente en
este mundo, para continuar recorriendo el sendero de la práctica
budista. Así pues, desde la óptica del budismo, no es la muerte física el
acontecimiento más temible para el hombre, sino la muerte de la aspiración
a la Ley en el corazón humano.
La vida y la muerte son inmanentes a lo eterno
Shakyamuni consideraba su propia muerte como un medio orientado
a un fin; se valió de ella para cumplir su objetivo primordial,
que era salvar a todos los seres. Explicó a sus seguidores que, si él permaneciera
eternamente en el mundo, la gente acabaría dependiendo
de él más que de sus propias facultades. Por eso, el Buda no era una
presencia perpetua en este mundo, sino que venía y se marchaba a intervalos.
Así pues, instó a los seres humanos a buscar el amor compasivo,
la sabiduría y la benevolencia del Buda en sus enseñanzas, y también
en la dedicación de cada uno a la práctica del Camino. Del mismo
modo, la muerte de cada individuo es un medio orientado a un fin; es
decir, un medio para renacer. A medida que envejecemos, nos debilitamos,
enfermamos y, finalmente, morimos. Pero no fallecemos porque
sí, sino para comenzar una nueva vida. El propósito fundamental de la
muerte, entonces, es el nacimiento; es decir, permitirnos comenzar de
nuevo la próxima fase de nuestro eterno ciclo vital.
En la pared de la recámara donde se cree que falleció Leonardo da
Vinci, el máximo exponente del Renacimiento, había una placa de
bronce con una inscripción que describe poéticamente la muerte:
“Una vida plena es larga; un día bien vivido invita al sueño profundo, y