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tiempo la vida. Con todo, el lado oscuro de estos avances es que

mantienen a los pacientes en un estado vegetativo irrevocable. Y esto

trae a colación la pregunta moral: ¿posee realmente dignidad humana

un paciente comatoso o casi comatoso, sin esperanzas de recuperación,

conectado a un respirador artificial, a sondas de alimentación y a

todo tipo de máquinas?

Morir con dignidad es un aspecto integral, que atañe a la responsabilidad

de cada ser humano. La vida humana es digna en sí y de por sí, y

esto es una verdad que debe ser respetada por el paciente, por la familia

y por la sociedad. De esto se desprende, entonces, que la relación

médico-paciente debe basarse en el respeto mutuo. Hoy, sin embargo,

cuesta muchísimo definir esa dignidad, en un marco de relaciones

dominadas por tecnologías que avanzan a paso mucho más veloz que

la ética médica. Es fundamental que revisemos atentamente todas las

cuestiones referidas a la muerte digna de las personas que sólo conservan

la vida en virtud de medios artificiales.

Mi maestro, Josei Toda, murió con dignidad. Desde su lecho de

muerte, alentó a sus semejantes y respondió preguntas sobre el

budismo. Hasta su último aliento, infundió coraje y esperanza a personas

que sufrían. Toda su vida, irradió salud en el sentido más estricto

del término, aun después de haberse enfermado. La verdadera salud

no se refiere a la ausencia de enfermedad. Antes bien, es un estado de

vida caracterizado por una apertura hacia el corazón y la vida de los

demás, y del medio ambiente. Es una disposición constante a ejercer la

capacidad creativa de servir a la sociedad.

La muerte violenta o accidental

El 11 de setiembre de 2001, miles de personas perdieron la vida de

una forma que conmocionó profundamente a millones de seres humanos.

Recibí la noticia con profundo dolor y consternación, y oré por

las víctimas, recordando un fragmento del Sutra del loto: “Estos tres

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