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Entre aquellos que creen que la vida tiene lugar una sola y única vez,
encontramos hedonistas y pesimistas por igual. En líneas generales, el
hedonista cree que como la muerte es el final de todo, debemos procurarnos
la mayor cuota de placer posible antes de que se acabe la
vida. El pesimista sostiene que hasta los placeres de la vida son demasiado
efímeros para brindar satisfacción; por lo tanto, la muerte es
preferible a la vida.
Otros rechazan la idea de la vida después de la muerte, pero tratan
de vivir de la manera más valiosa y noble posible. Algunos se dedican a
algún servicio o tarea que estiman beneficiosa para el bien de la humanidad.
Otros tratan de lograr cierta clase de inmortalidad creando
obras que perduren más allá de su muerte.
Aunque hay personas que, de hecho, logran metas espirituales determinadas
sin postular la fe en la eternidad, en general a la mayoría le
cuesta hacerlo. La gente busca apartar de su mente el miedo a la
muerte o bien recurre a cualquier medio con tal de posponerla. Las
filosofías que prometen a la gente una vida plena y significativa en el
presente, aunque no crean en que la vida continúa, tienen un componente
valioso; pero, por lo general, no hacen mucho por aquellos que
padecen el miedo a la muerte.
Según cierta creencia común, la inmortalidad consiste en renacer en
algún reino celestial, pero parece dudoso que esta clase de credos realmente
enriquezcan la vida del ser humano en la tierra. Antes bien, es
más probable que suceda lo contrario, ya que la esperanza en un futuro
paraíso suele inspirar resignación ante las dificultades de la vida.
Al budismo le parece especialmente cuestionable la idea de que todos
los seres humanos pasen por un eterno ciclo fijo de transmigración;
en otras palabras, que un hombre siempre renazca como ser humano;
que un perro siempre vuelva a nacer como perro, y que nunca
puedan cambiar este destino fundamental, sean cuales fueren sus actos.
La teoría budista de causa y efecto refuta esta forma de pensar.