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seleccionar el lugar de su hábitat, efectivamente se transforman a sí
mismos, en respuesta a las circunstancias cambiantes de ese sitio particular.
Su teoría propone que la fuerza motriz de la evolución no sólo
se apoya en mutaciones físicas aleatorias, sino también en la capacidad
de elección de los seres vivos. También recalca el vínculo inseparable
entre la evolución y el ambiente. En tal sentido, por cierto, las
ideas de Imanishi tienen mucho en común con la visión budista de la
vida.
De acuerdo con la ciencia, la tierra se formó hace unos cuatro mil
quinientos millones de años. Durante los primeros mil o dos mil millones
de años, la capacidad del planeta de sustentar vida fue aumentando
muy lentamente, hasta que se formaron las formas más primitivas.
Seguimos ignorando exactamente cómo surgieron estas manifestaciones
tempranas de vida, pero es probable que hayan intervenido
factores diversos, como una actividad volcánica de magnitud inimaginable,
sumada a la acción de los océanos como “caldos orgánicos” y a
la miríada de reacciones químicas presentes en la atmósfera. Si vemos
la vida como una fuerza esencial inherente al universo, podemos
suponer que nuestro planeta, desde el comienzo, contuvo en sí mismo
la tendencia a la manifestación de vida. Esta tendencia hizo posible la
vida primitiva, a la vez que fue generando, en forma simultánea, las
condiciones necesarias para su aparición.
Según esta visión, todas las formas de vida —incluidos los seres humanos—
nacimos a partir de un plano no animado: el ambiente del
universo. T’ien-t’ai dijo que el lugar del cual emergía la vida era “la
profundidad última de la vida, que es la realidad absoluta”. 22 En tales
ideas, hallamos el gran significado de la inseparabilidad entre el sujeto
y su ambiente. Nichiren definió la “profundidad última de la vida”, expresada
por T’ien-t’ai, como la ley más esencial de la vida y del universo
—Nam-myoho-renge-kyo—, que es, en sí, la fuerza vital cósmica;
es la naturaleza de Buda intrínseca en todas las cosas del universo,
animadas o inanimadas.