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existir en nuestro interior, sino que, de estar manifiesto, ha pasado a
estar latente y que, ante los estímulos externos apropiados, volverá a
emerger de la latencia. Los diez estados que van desde el infierno a la
Budeidad, entonces, son activados por nuestra relación con el mundo
externo y adquieren expresión tanto en el aspecto físico como en el
plano espiritual de todas nuestras actividades. Aunque los diez estados
difieren entre sí, tienen el mismo potencial de activarse y de replegarse
a la latencia.
El estado de vida que se manifieste en determinado momento dependerá
no sólo de las influencias externas, como de nuestra tendencia
básica. Dos personas, ante la misma influencia externa, no necesariamente
manifestarán el mismo estado de vida.
Desde luego, nuestro estado está sujeto a cambiar a cada instante,
pero, desde una perspectiva más amplia, siempre hay uno o varios
alrededor de los cuales gira nuestra actividad, y al cual tendemos a regresar.
La vida de algunos transcurre dentro de los tres malos caminos;
algunos fluctúan por los seis estados inferiores, y la motivación
principal de algunos es la búsqueda de la verdad que caracteriza a los
dos vehículos.
La posesión mutua de los diez estados esclarece la igualdad fundamental
y el infinito potencial de cada ser humano. Conlleva la idea de
que todos los individuos poseen el potencial de elevar su tendencia
básica. A través del esfuerzo continuo en la práctica budista, podemos
elevar gradualmente nuestra tendencia primordial hasta establecer el
supremo estado de la Budeidad como cimiento. La Budeidad no es una
idea abstracta; se revela tangiblemente en nuestra conducta diaria
como seres humanos. A decir verdad, la Budeidad es nuestra naturaleza
primigenia, y, según Nichiren, podemos tomar contacto con
ella entonando Nam-myoho-renge-kyo.
Durante el proceso de elevar nuestra tendencia básica, sin falta
nuestras percepciones y valores habrán de cambiar. Nichiren escribió: