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ACTA APOSTOLICAE SEDIS - Libr@rsi

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Acta PU Pp. XII 619fioles de su mismo tiempo; lo que se puede admirar en los grandesteólogos que entonces brillaron; lo que encanta en las páginas inmortalesde los escritores, que todavía hoy son modelo de una lengua y deun estilo; lo que tantos gobernantes, políticos y diplomáticos supieronponer al servicio de aquel imperio donde el sol no se ocultaba; de todoello hay un reflejo en el alma de Ignacio, al servicio de un ideal muysuperior, sin que por elle pierda lo que tiene de propio y de característico.Era, pues, conveniente, que la España de hoy, hija legítima de laEspaña de ayer, aclamara en este momento a uno de los hijos que másla han honrado.2. Pero os miramos con los ojos del espíritu, hijos amadísimos, yvemos que con vosotros, católicos españoles, están unidos hoy en persona,y mucho más en espíritu, otros muchos hijos Nuestros de otra naciones,como para proclamar que si Ignacio es honor de su patria, es tambiény en un sentido mucho más real, honor de la humanidad y de la Iglesia.Los Santos son siempre honor de su Madre, la Santa Madre Iglesia ;pero en algunos, y precisamente en un tiempo en que esta Madre teníaacaso más necesidad de buenos hijos, se diría que esta nota se ha acentuadode modo peculiar, hasta darles una fisonomía propia. Entre ellos,ninguno delante de Ignacio, que supo edificar su santidad, primero,sobre el amor más puro hacia un Dios, del que « todos los dones y bienesdescienden »; xluego, sobre este mismo amor hecho servicio incondicionalhacia aquel « sumo capitán general de los buenos, (que) es ChristoNuestro Señor » 2y, finalmente, en este mismo servicio hecho obedienciay sumisión perfecta (( a la vera sposa de Christo Nuestro Señor, que esla nuestra sancta madre Iglesia hierarchica ». sSe ha fanteseado muchosobre la dama de los pensamientos del Ignacio caballero, y acaso nuncase llegará a una conclusión definitiva sobre esta cuestión en realidadsecundaria. Pero si se quiere decir quién fué la dama a la que él incondicionalmentesirvió desde el momento de su conversión, quién fué aquellapara la que soñó las más grandes empresas, quién la que ocupó el primerpuesto en su corazón generoso, no hay duda ninguna en afirmar que ellafué la Santa Madre Iglesia, en cuanto Cristo viviente, en cuanto Esposade Cristo, a la que no se contentó con servir personalmente toda su vida,sino que quiso dejarle su obra fundamental, su Compañía, para perpetuaren ella un espíritu de amor y de servicio, un espíritu de sacrificio12Ejere. Esp., 237.Ibid., 138.

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