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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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»Me ocupa aquí una tarea intensa y difícil ¡“Dios” sea loado! –pongo entre comillas la palabra<br />

p<strong>el</strong>igrosa, como a una fiera entre rejas, para que no te fastidies desde <strong>el</strong> comienzo de esta carta–;<br />

repito, pues, una tarea difícil ¡“Dios” sea loado! Medio millón de <strong>griego</strong>s vive p<strong>el</strong>igrosa¬mente<br />

amenazado en la Rusia meridional y en <strong>el</strong> Cáucaso. Muchos de <strong>el</strong>los sólo saben hablar <strong>el</strong> turco o <strong>el</strong><br />

ruso, pero sus corazones hablan fanáticamente <strong>el</strong> <strong>griego</strong>. Son de nuestra sangre. Basta con<br />

echarles una mirada –y advertir cómo les brillan los ojos avizores y rapaces, cómo sonríen sus<br />

labios maliciosos y sensuales, cómo han logrado convertirse aquí, en esta inmensa tierra rusa, en<br />

amos que tienen sometidos como servidores a los mujiks indígenas– para comprender al punto<br />

que son <strong>el</strong>los legítimos descendientes de tu muy caro Ulises. Entonces se les toma cariño y no se<br />

les abandona a la muerte.<br />

»Pues están en p<strong>el</strong>igro de muerte. Perdieron cuanto po¬seían, pasan hambre, andan desnudos.<br />

Por una parte, los persiguen los bolcheviques; por la otra, los kurdos. De todos lados los<br />

perseguidos vinieron a refugiarse en algunas ciuda¬des de Georgia y de Armenia. No tenemos<br />

suficientes ali¬mentos, ni ropas, ni medicinas. Se amontonan en los puertos, observando<br />

angustiados <strong>el</strong> horizonte, a la espera de una em¬barcación que los devu<strong>el</strong>va a su madre, Grecia.<br />

Una porción de nuestra raza; vale decir, una porción de nuestra alma, se halla aquí presa de<br />

pánico.<br />

»Si los abandonamos a su suerte, perecerán. Es menester mucho amor y mucha comprensión,<br />

mucho entusiasmo y mucho sentido práctico –cualidades que tanto te agrada ver juntas– para<br />

lograr salvarlos y volverlos a nuestro libre su<strong>el</strong>o, allí donde sea útil para nuestra raza, arriba, en las<br />

fronteras de Macedonia, o más lejos, en las fronteras de Tracia. Sólo así se salvarán centenas de<br />

miles de <strong>griego</strong>s, y sólo así nos salvaremos con <strong>el</strong>los. Pues, en <strong>el</strong> mismo instante en que hallé esta<br />

tierra, tracé en torno de mí, de acuerdo con tus enseñanzas, un amplio círculo, y a dicho círculo le<br />

di <strong>el</strong> nombre de “mi deber”. Y dije: “Si logro salvar <strong>el</strong> círculo entero, me habré salvado; si no lo<br />

logro, me habré perdido.” Pues bien, en <strong>el</strong> círculo se encuentran quinientos mil <strong>griego</strong>s.<br />

»Recorro ciudades y pueblos, reúno a los <strong>griego</strong>s, redacto informes, envío t<strong>el</strong>egramas, me empeño<br />

en conseguir que nuestros mandarines de Atenas nos destinen algunos barcos, víveres, ropas,<br />

medicamentos, y hago cuanto puedo para lle¬var a estos desdichados a Grecia. Si luchar con<br />

fervor y porfía es una dicha, yo soy f<strong>el</strong>iz. No sé si, como tú dices, he cortado mi f<strong>el</strong>icidad a mi altura<br />

¡ojalá así fuera! pues enton¬ces sería yo un hombre alto. Prefiero que la estatura alcance hasta lo<br />

que yo considero f<strong>el</strong>icidad, es decir, hasta las fron-teras más apartadas de Grecia. ¡Pero basta ya<br />

de teorías! Tú que te ves tendido en la playa cretense, escuchando <strong>el</strong> rumor d<strong>el</strong> mar y los sones<br />

d<strong>el</strong> santuri, tienes tiempo de sobra para ocuparte de teorías, yo, no. A mí la actividad me devora, y<br />

me alegro de que así sea. La acción, maestro inactivo, la acción: no hay otra salvación posible.<br />

»El tema de mis cavilaciones es, en fin, muy sencillo y sin vu<strong>el</strong>tas; me digo: “Estos habitantes<br />

actuales d<strong>el</strong> Ponto y d<strong>el</strong> Cáucaso, estos labradores de Kars, estos comerciantes en grande o al<br />

menudeo de Tiflis, de Batum, de Novorossisk, de Rostof, de Odesa, de Crimea, son, a pesar de<br />

todo, gen¬te de nuestra raza, sangre de nuestra sangre; para <strong>el</strong>los, como para nosotros, la capital<br />

de Grecia es Constantinopla. Tenemos <strong>el</strong> mismo jefe. Tú lo llamas Ulises; otros, Constan¬tino<br />

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