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Zorba el griego. Nik.. - Mxgo.net

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–¡Bravo, Sifakas! –se oyó por todos lados; las mozas, estremecidas, bajaron los ojos.<br />

Pero <strong>el</strong> joven, silencioso; sin poner en nadie la mirada, silvestre y disciplinado, seguía bailando, con<br />

<strong>el</strong> dorso de la mano izquierda apoyado en la d<strong>el</strong>gada cintura y tímidamente bajos, los párpados.<br />

De improviso, la danza hubo de interrumpirse: <strong>el</strong> viejo bed<strong>el</strong> Andrulio se acercaba con los brazos<br />

en alto.<br />

–¡La viuda! ¡La viuda! ¡La viuda! –gritaba desafora¬damente.<br />

El guardabosque Manolakas se lanzó ad<strong>el</strong>ante, antes que nadie, cortando la hilera de los<br />

bailarines. Desde la plaza se veía la iglesia, adornada con ramas de arrayán y de laur<strong>el</strong>. Los<br />

bailarines se detuvieron, acalorados, los viejos se levan¬taron de los bancos; Fanurio recostó la lira<br />

en las rodillas, se quitó de la oreja la rosa y aspiró su aroma.<br />

–¿Dónde, viejo Andrulio –preguntaron trémulos de ira–, dónde está?<br />

–Allí, en la iglesia; ha entrado ahora, la maldita, con una brazada de flores de limonero.<br />

–¡Sus, a <strong>el</strong>la, muchachos! –exclamó <strong>el</strong> guardabosque, echando a correr al frente d<strong>el</strong> grupo.<br />

En ese momento se presentaba la viuda en <strong>el</strong> umbral de la iglesia, cubierta la cabeza con <strong>el</strong> negro<br />

pañolón. Se per¬signó.<br />

–¡Miserable! ¡Bribona! ¡Asesina! –le gritaron los de la plaza–. ¡Tiene la osadía de mostrarse! ¡Sus,<br />

a <strong>el</strong>la, que des¬honró a la aldea!<br />

Algunos corrieron hacia la iglesia, en pos d<strong>el</strong> guardabos¬que; otros, desde donde estaban le<br />

arrojaban piedras. Una piedra le dio en <strong>el</strong> hombro; la mujer lanzó entonces un grito, se cubrió <strong>el</strong><br />

rostro con las manos, y quiso echar a correr, inclinada hacia ad<strong>el</strong>ante. Pero ya habían llegado los<br />

mozos a la puerta de la iglesia y Manolakas empuñaba un cuchillo.<br />

La viuda retrocedió lanzando agudos chillidos y con vaci¬lante impulso trató de entrar en la iglesia.<br />

Allí se encontró con <strong>el</strong> viejo Mavrandoni, que con los brazos extendidos como un crucificado, en <strong>el</strong><br />

umbral de la iglesia tocaba con la punta de los dedos las dos hojas de la puerta abierta, cerrándole<br />

<strong>el</strong> paso.<br />

La mujer dio un salto de lado y se abrazó al ciprés d<strong>el</strong> atrio. Cortó <strong>el</strong> aire <strong>el</strong> silbar de una piedra<br />

que la hirió en la cabeza haciéndole caer <strong>el</strong> pañolón. Los cab<strong>el</strong>los se le desataron y cayéronle sobre<br />

los hombros.<br />

–¡En nombre de Cristo! ¡En nombre de Cristo! –cla¬maba la inf<strong>el</strong>iz, estrechamente abrazada al<br />

ciprés.<br />

Puestas en fila, allá en la plaza, las mozas mordisqueaban las puntas de las blancas pañoletas y<br />

miraban con ávidas miradas. Las viejas, agarradas de los cercos, aullaban.<br />

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